Dos relatos, un análisis y un excurso sobre las identidades y la relación con la ciudad entre los “moradores de la calle” en temuco, chile - two tales, an analysis and an excursus on identities and the relationship with the city among “street-dwellers” i

Dos relatos, un análisis y un
excurso sobre las identidades y
la relación con la ciudad entre
los “moradores de la calle” en
Temuco, Chile1
Two tales, an analysis and an excursus on
identities and the relationship with the city
among “street-dwellers” in Temuco, Chile
Aceptación: 15 diciembre 2009Aprobación: 25 abril 2010 El autor describe dos casos de personas que viven en la calle en la ciudad de Temuco, en el centro sur de Chile. A partir de una perspectiva etnográfi ca indaga en algunos de sus modos de acción e interacción en la ciudad, mostrando la lógica de sus actos y la forma en que éstos hacen parte de complejos y frag-mentados procesos de confi guración identitaria. Asimismo, el autor desarrolla un análisis que estimula el extrañamiento y cuestiona algunos supuestos y conceptos socialmente dados por garantizados respecto de la relación entre los “moradores de la calle” y la ciudad. En este marco, defi ende la tesis según la cual la sobrevivencia es un proceso totalizador que trasciende la esfera biológica para articular un estilo de vida en la que el yo y la ciudad son objetos resignifi cados en función de una serie de experiencias límite a través de las cuales podemos aprender más de nuestro propio mundo. Palabras clave: Moradores de la calle, identidad, trayectorias.
ABSTRACT
The author describes two cases of homeless in Temuco city, in the south-center of Chile. From an ethnographic perspective, he investigates some of their ways of action and interaction in the city, showing the logic of their acts and the way in which they become a part of complex and fragmentary identity confi guration processes. Likewise, the author develops an analysis that stimulates the strangement and questions some assumptions and some concepts socially taken for granted about the relationship between the homeless (street dwellers) and the city. It is within this framework that he defends the thesis according to which the survival is a totalizing process which transcends the biological sphere, in order to articulate a way of life in which the “oneself” and the city are re-signifi ed objects in relation to of some limit experiences, through which we can learn more from our own world. Key words: Homeless, street dweller, identity, trajectory.
Este texto ha sido elaborado en base al material etnográfi co acumulado a partir de una investigación de campo antropoló- gica en torno a las personas que viven en la calle, realizada en la ciudad de Temuco, Chile, en diferentes momentos desde fi nes de 1997 a 2005. En la mayor parte de estos acercamientos he contado con el apoyo de la Universidad Católica de Temuco y de entidades públicas de la región y la comuna.
Antropólogo, Docente Universidad Católica de Temuco. Actualmente es doctorando del programa de Doctorado en Ciencias Sociales de la UNGS – IDES, Buenos Aires, Argentina. [email protected] Primer relato. “Ejercitar el don de las extre-
premura. Yo apenas lo podía escuchar. Cada midades para estar a nivel”
vez que, por lo mismo, intentaba acercarme un poco más a él, se echaba un paso más atrás, de tal manera que durante toda la conversa- una tarde otoñal de 1998, de esas de comien- ción mantuvimos siempre una distancia más o zos de la estación que aún ceden un poco de menos fi ja. Si bien no olía a alcohol, su presen- espacio a los rayos del sol. C estaba en la ben- cia entera expelía hedor. Observé que el car- cinera de Caupolicán y calle Imperial, en la gamento que llevaba consigo era literalmente ciudad de Temuco. Llevaba consigo un enorme de desperdicios. Y que, según él mismo, eran equipaje de desechos que, como más tarde “materiales de la ciudad”. Hubo aspectos de él me diría, había recogido “en la ciudad”. Ya lo mismo que no pude oír a causa del bajo volu- había visto en un par de oportunidades, pero men de su voz y del ruido de los autos y camio- no había encontrado pretexto para abordarlo. nes que atravesaban la avenida a esa hora. Me Ahora tampoco tenía pretexto, pero mi volun- sentí un poco incómodo por preguntarle cosas, tad fue más fuerte. Me había llamado mucho por mi actitud inquisitiva. Traté de no presio- la atención su estética. Su estilo abigarrado, narlo. Dentro de todo lo que dijo, le entendí caracterizado por llevar trajes hechos por él claramente que él vivía cerca de donde está- mismo en los que sobresalían nudos y amarras bamos. Me quedé tranquilo porque supuse que de las que pendían objetos cada vez más in- podría volver a verlo si venía a esperarlo. Y así creíbles. De un poco más de cincuenta años, fue. En adelante seguí encontrándome con él C era un hombre pequeño y delgado. Tanto su en diferentes puntos de un área más o menos cara y cabeza como sus manos y pies tenían amplia que abarcaba parte del sector sur-oes- ya sedimentado el paso de varias temporadas te, la Avenida Caupolicán (Panamericana Sur) y de vida a la intemperie en el centro-sur de algunas calles del centro de la ciudad.
Chile. Me diría que venía de Talca y que habría llegado caminando a Temuco en 1993. Tuve la Nunca pude saber si C podía dormir bien sensación de estar hablando con un hombre en su “aposento”, como llamaba al lugar en que no había sostenido relaciones sociales que, justo en los límites de la ciudad y la co- desde hacía mucho tiempo. Observé su pasi- muna, dormía y acumulaba desechos3, pero lo vidad y quietud y la humildad que emanaban cierto era que despertaba cada día muy tem- de su presencia, haciéndolo aparecer como prano y que cada día solía hacer diferentes una fi gura para nada indiferente a los ojos cosas que llenaban su tiempo y parecían darle de cualquier transeúnte, no pudiendo captar razón a su vida. La mañana generalmente la menos que el interés apasionado de un etnó- ocupaba para “hacer ejercicios”, literalmen- grafo dispuesto a ver al hombre detrás de la te. En un par de oportunidades lo acompañé rareza. Porque para cualquiera que lo veía, C mientras levantaba y trasladaba grandes ro- era raro, muy raro, un freak según los ado- cas usadas en la contención de las aguas del lescentes de ahora. En ese tiempo C se había río Cautín en invierno. En su “aposento” po- ganado el apelativo de “Señor Basura”, “Capi- día tener reservas de comida que encontraba tán Inmundo”. Para otras personas que por ca- en los tanques de basura. El agua la sacaba sualidad se cruzaban con él —como el portero del río que tenía a metros, “aguas de vida”, de un colegio, un zapatero y un cuidador de decía cada vez que bebía un sorbo o hablaba autos—, aparecía como “enfermito” y “loco”. de ellas. Cuando levantaba rocas o trasladaba “materiales” de desecho, decía que eso era “ejercitar, hacer ejercicio” y “desarrollar el don de las extremidades”. Se refería así a es- mos. Hablamos un poco de quién era cada uno tar activo, a hacer cosas, a “no decaer”, es y qué hacíamos. Su voz era suave y un poco decir, a estar en movimiento y sentirse vivo. entrecortada. Sus ojos jamás miraron los míos. Pero, ¿qué cosas hacía realmente C? Era el Movía su cabeza de un lado a otro, como es- tipo de preguntas que, desde mis primeros en- quivándome. Sus palabras salían de su boca sin cuentros con él, me hacía. Y, para saberlo, no Se trataba de un costado inferior del puente Cautín, en la salida sur de Temuco. Este espacio había sido totalmente inter- venido por C a través de la incorporación y yuxtaposición de objetos de desechos reutilizados por él con fi nes de sobrevi- vencia -entendida esta como una experiencia humana compleja que abarca facetas materiales, simbólicas y subjetivas-.
quedaba más que ir en su búsqueda y quedarse hojas de lechuga y repollo, papas viejas y uno que otro “material” para sus “inventos”: una pequeña botella de vidrio, un poco de hilo de nailon, una revista, un trozo de madera que nar. Una de las mañanas que estuve con él, lo más tarde usaría para hacer un tallado que en acompañé por “las poblaciones” del sector Las otra oportunidad me obsequiaría. Tras esto Quilas, Amanecer y el sector de la Universidad volvimos al muro en que estaba la pintura. de La Frontera. Atravesamos lentamente calles Nos sentamos en el suelo cubierto de hojas; y avenidas y nos detuvimos en algunos puntos no había pasto. Le pregunté a C si venía habi- que antes ya habían captado mi atención. Pri- tualmente allí. Me respondió afi rmativamente, mero, en una esquina de calle, al borde de agregando que “había estado cortando el pas- una antigua avenida rota —para variar— por tizal”, lo que ofrecía una respuesta al hecho reparaciones, en cuya muralla fi guraba una de que allí, en lugar de pasto, solo hubieran pequeña pintura hecha con tiza de color cuyo hojas. De inmediato sostuvo: “tengo pensado contenido era un retrato desprovisto de rasgos cortar un poco el pastizal de la ciudad. en específi cos, un rostro sin ningún trazo. C me eso estoy pensando porque está un poco lar- dijo que la había hecho él. Por entonces, yo ya go. algo que haga en las calles, ya que me había advertido la forma como C se simboliza- falta un poco de dinero (por entonces —y des- ba a sí mismo diciendo que para él lo más im- pués— no tenía ¡ni una chaucha!). de alguna portante era “desarrollar el don del lenguaje” forma no hay que decaer, hay que mostrar un y “el don de las extremidades”. Igualmente, poquito el pensar. ya limpié un poco allí en resultaba muy interesante y revelador que, la ciudad la otra noche.” ¿Dónde? —le pre- entre otras designaciones, se defi niera a sí gunté—. “De la bomba [de bencina] pa’rriba, mismo como “artista”, “sastre” e “inventor”. un poco allí limpié, saqué unos pastizales, Esa vez me conmovió mucho saber que había pero después me voy a tirar más adentro pa’ sido él quien había dejado esa inscripción. Me sacar todo eso. el otro año limpié bastan- satisfi zo también el hecho de que entonces te, saqué escombros y todo eso, dejé un poco pudiera establecer con seguridad que otros di- limpio. a veces me demoro meses o años, bujos similares que había visto en otros puntos pero estoy presente en todo eso” (C, octubre del área hubiesen sido igualmente obra de él. de 2000). Estos “escombros” eran los restos Ahí nos quedamos un rato, casi absortos con que progresivamente había ido acumulando en la luz del sol. C absorbía la energía del sol; su “patio”, un lugar inmediatamente contiguo parecía dormido, o ensimismado, como tantas al “aposento”, en el que tenía atiborrado de veces lo había visto y lo seguiría viendo.
“materiales” (de desecho) recogidos en la ciu-dad y que, en mis primeras visitas, me había provocado náuseas debido al intenso hedor rotonda de Caupolicán, donde nos volvimos a que de ahí emanaba y que, poco a poco, fui detener. Allí había una pequeña feria de frutas aprendiendo a “leer”, y por cierto a soportar. y verduras, un colegio de adultos, una capilla, Después de nuestra conversación, C siguió solo un supermercado; mucho fl ujo humano y de hacia el centro de la ciudad, donde probable- transportes. A unos metros del lugar en que mente se dedicó a hacer una “limpieza”.
nos detuvimos —que igualmente tenía un ros-tro dibujado con tiza, esta vez con una pipa “La primera vez que llegaba a la ciudad en la boca (y que me hizo recordar la disposi- estaba tan necesitado y encontraba alimento ción artística de C)— había un tanque de basu- bueno, sellado. Dije: ‘Voy a limpiar todo esto, ra rebosante de restos orgánicos dejados por algo de pastizal y saber lo que voy a recoger los locatarios de la pequeña vega. C inició su ahí’. y ahí tenía una pequeña respuesta, todo incursión un poco tímidamente —infi ero que a eso me quedó, y hasta la hora, porque dije yo: causa de mi presencia—. Mas, pronto no pudo ‘yo tengo algo en el suelo o en mis manos, un seguir con su excavación, decidió introducirse privilegio del Señor’. Pensaba ‘yo soy como al tanque, para lo cual me pidió ayuda. Una mis padres y todos, aprendí muchas cosas y vez dentro de este, escarbó, hurgó y separó todo eso me va a informar, si pescar algo y me minuciosamente lo que se llevaría consigo. En- va a corresponder’, dije yo, y de esa forma em- contró manzanas y naranjas un poco pasadas, pecé a arreglar un poco el pastizal, las calles, todo eso y hasta la hora” (C, octubre de 2000). componer cantares, no decaer. y si todo eso Como “limpiador” C se dedicaba no solo a me acontece yo digo ‘estoy bien’, entonces el arrancar el pasto, sino que también a recoger y hombre para qué quiere riquezas”. Agregó que llevar consigo escombros, neumáticos, fi erros, “en la Biblia el Señor dice: “Deja oro o plata envases de vidrio, latas, plásticos, ropa y diver- y sígueme”, así es que no solo del pan vive el sos materiales virtualmente reciclables. Un par de veces incluso lo vi recoger animales muertos que después enterraba. Él decía que por más ínfi ma que fuese una criatura, en ella había mentó entre nosotros la confi anza. Él sonreía vida, por lo que, al igual que los hombres, se cada vez que me veía llegar y paulatinamente merecía una sepultura digna. Posteriormente, se ponía más conversador y animado. Sin de- observé a C atravesar Avenida Caupolicán des- círmelo, él me aceptaba cada vez más cerca de la biblioteca pública hasta la salida sur de suyo, a la vez que yo comprendía mejor lo que Temuco, llevando consigo, trotando, un perro me decía. Disfrutaba escuchándolo hablar de muerto amarrado a su espalda. Parecía uno más cuestiones existenciales, las que por cierto se de los accesorios que portaba consigo (además fueron transformando en un tema prioritario de un cuchillo cartonero, una cadena de fi erro en nuestras conversaciones. La vida la en- al cuello y pulseras de acero amarradas en mu- tendía como un proceso en el que el pasado ñecas y tobillos). El perro era pequeño, llevaba requiere ser olvidado y en el que el futuro- el cuello torcido y de su boca corría un delgado presente debe ser imperiosamente proyectado hilo de sangre. Lo seguí todo el trayecto hasta en base a las pautas que él mismo ha creado. su “aposento” donde le pregunté por el animal. Salirse de este proyecto implica “caer en de- Dijo: “este es un animalito que atropellaron y cadencia”, “desviarse”, “entrar en desvío” o yo recogí para enterrar. Como este es territorio dejar de “estar a nivel”. De ser así, el propio indígena, no puede quedar ahí tendido en la sujeto y su (precaria) integridad terminarían calle”. No supe exactamente a qué se refi rió disolviéndose en el caos de la nada, el sinsen- C con esto último, pero no me cupo duda que tido, el absurdo, la decadencia radical.
el hecho de haber recogido el perro muerto y llevarlo consigo para sepultarlo tenía que ver Para “no desviarse” o entrar al estado con la visión “espiritualista” desarrollada por de decadencia, C realizaba oraciones o soste- él como un mecanismo que le facilita la exis- nía una comunicación espiritual con Dios o “el tencia” (Notas de campo, abril de 2001).
Señor”, como él prefería llamarle a lo absolu-to. En esta actividad C empleaba una parte im- Los “materiales” los recogía tanto para portante de su tiempo, ya fuese que estuviera “limpiar la ciudad” como para usarlos él mismo detenido o descansando, o bien se encontrara y, en ningún caso, para venderlos, como ha- caminando o “limpiando”. Si bien nunca escu- cían otras personas que por entonces también ché a C decir una oración, sí pude registrar el frecuentaba. Este hecho, sumado a que C no uso que él hacía de los símbolos religiosos y los mendigaba ni tampoco contaba con ningún tipo contextos en los que los inscribía. “Yo empe- de apoyo material de nadie, revelaba que él cé a orar del 93 pa’cá. me sentía tan mal y no usaba dinero. Y, en efecto, una vez que le confuso. Oré, oré, oré día y noche y ahora me quise dar plata me dijo que mejor le comprara siento otro, digamos con otro semblante, pobre algo, ya que a él le sería más difícil entrar a un de bolsillo, pero eso no es todo puh. yo tenía negocio. Esa vez “conversamos del dinero y su en el cielo mucha riqueza y eso no era todo, posición era que él no lo necesitaba puesto que no ve que en el libro de la Biblia dice el Señor: todo lo que requería para vivir lo encontraba ‘deja oro o plata o madre o padre y sígueme’ y “en la ciudad”. Le pregunté cómo podía hacer ‘del comer o del pan no vive la persona’ dice, eso y si realmente confi aba que la ciudad podía sino ‘de toda palabra’, dice el Señor, y eso es proveerle siempre de lo necesario. Con un tono una verdad que habla los misterios de la Biblia, muy optimista se volvió hacia mí y dijo: “diga- las oraciones espirituales y por eso me siento mos que yo soy un poco prehistórico, como los otro yo ahora” (C, octubre de 2000).
prehistóricos, pero bien. pienso yo que lo más importante es el don de las extremidades, el Los “cantares” eran composiciones me- don del lenguaje, saber orar, hacer oraciones, lódicas de un tono verdaderamente extemporá- neo que evocaba un pretérito y un sitio remoto como vehículo y lugar donde cohabitan el pen- —contrastando absolutamente con los reperto- samiento y la espiritualidad. La necesidad de rios musicales de los otros hombres sin hogar tener que crear y, por tanto, no permanecer que hasta entonces conocía—. En 1998 y 2000 inmóvil está asociada, de nuevo, con la idea conté con la aprobación de C para registrar al- de que, de no ser así, la persona se disolve- gunos de sus “cantares”. Estos eran melodías ría. C sentenció una vez que “si no hiciera un articuladas en una lengua sin referente cuyos invento, yo creo que no podría seguir, decae- tonos y sonoridad —entre gitano y juglar me- ría, yo creo que la atmósfera me olvidaría”. dieval— tendían, desde la primera vez que los Algunos de sus “inventos” consistían en hacer escuché, a erizarme los pelos. C ligaba directa- bolsas de género y otros artefactos (hechos a mente estos “cantares” con el libro bíblico del su vez de otros artefactos). Asimismo, su ropa “Cantar de los cantares”. La primera vez que era mayoritariamente confeccionada por él. registré un “cantar” de C, le pregunté cómo En una fotografía de 1998, C lleva una especie era cada día para él y cómo se veía él en la so- de coraza armada con diferentes fragmentos ciedad. Me dijo: “comparto con mi presencia, de géneros, bolsas de plástico, alambres y ve- veo las calles y todo eso y veo lo que recojo ahí getales secos; sus pantalones son de franela a veces, materiales y veo lugares y digo que envueltos en bolsas de agroquímicos. Lleva también tuve relaciones. y ahora que tengo un zapato de un tipo y otro de otro y en uno que estar solo. el Señor es una respuesta y de ellos se asoman los dedos del pie. En otras solo a Él pido oraciones, siempre, así que cuan- oportunidades ha llevado adheridas a su ropa do me voy a acostar hago oraciones y todo eso, diferentes creaciones: un pequeño cráneo de así que no puedo estar sin oraciones. El Señor gato que llevó atado por algún tiempo a su anda con señales. quizá son señales de Él, pecho con alambre, o el disco de la cadena de igual que nazca un chancho, un pequeño ani- una bicicleta como parte de su coraza. El pe- malito, distintos fenómenos, una planta o cual- rro que había llevado atado a sus espaldas era quier cosa, son señales del Señor, digamos. visto por él como otro de sus “talismanes”. esa es la verdad, para que sea construida en El “transistor de imágenes” o la botellita oración, siempre fi el a Él porque vino a mí. con arena que colgó a su pecho, así como las la era fue muerte, digamos, así que todo eso “pulseras” y “ropajes”, servían todos a un fi n dejó en oraciones, en la Biblia, los Apóstoles, tanto preventivo como terapéutico ligado a la los Santos, todo eso acontece. Ud. ve que búsqueda y mantenimiento del bienestar y la hay millares de iglesias católicas, y yo me doy Segundo relato. “Vivo ahí, duermo allá”
diversos “materiales”, C se hallaba en con- diciones de “hacer un invento”. Al defi nirse 60 años oriundo de Quillota, “pero ponle tú a sí mismo como “sastre”, “artista” (de he- que no soy de ni un lado” —se apresuraría a cho su nombre lo tomó de un actor de cine) e agregar en uno de nuestros primeros encuen- “inventor”, C me enseñaba que la dimensión tros—, que llegó a Temuco “sin saber cómo” a física presente en el “atleta” o en alguien que comienzos del mismo año. Lo conocí en la fe- “desarrolla el don de las extremidades” no es ria Pinto4, en el barrio antiguo de Temuco. Yo la única que puede asegurar la vitalidad de andaba haciendo uno de mis recorridos habi- su ser, sino que también debe considerarse lo tuales. Era mediodía y ya venía de haber con- que él entendía como el “don del lenguaje” versado con un par de “torrantitos”5, ambos Este es un espacio tradicional de comercio de productos agropecuarios al que concurren diferentes actores sociales, chile- nos y mapuche, campesinos, comerciantes y compradores provenientes de sectores y localidades rurales aledaños y de la propia ciudad. Hay en él un terminal de buses rurales, la estación de ferrocarriles, supermercados, tiendas comerciales, mayoristas y minoristas, ferreterías, tiendas de ropa usada, bazar —conocido como “feria de las pulgas”—, cantinas y restaurantes. En fi n, uno de los escenarios que el etnógrafo de las formas marginales del Temuco de hoy (y de ayer) está El “torrante” o “atorrante” constituye una categoría nativa con la cual se designa a los “moradores de la calle” que presentan un estado de deterioro físico-psíquico y exclusión social. El torrante sin hogar encarna una identidad social y corporal desacreditada —aunque no plenamente privada de la posibilidad de su restauración—, basada en la frustración y fi nados hoy en día. Cuando lo vi por primera porque estemos en la calle vamos a ser mal vez, estaba de pie en un paradero de colecti- educados o a andar como los animales”, era vos de Barros Arana. Me llamó la atención que una conciencia entre algunos hombres que co- estuviera murmurando y que llevara una bolsa nocí. Como sea, comió en silencio, no habló con un cuaderno. Lo observé durante un par con nadie y se repitió el plato. Cuando nos de minutos desde el otro lado de la calle. Has- fuimos de allí, caminamos bastante. Partimos ta ese momento no tenía todavía más indicios de la feria y llegamos a 18 de Septiembre, en sobre su posible condición. De pronto comenzó plena Avenida Alemania. En el trayecto él se a registrar el basurero del paradero. Esa ac- fue inspeccionando los basureros. Ese hecho ción estimuló mi deseo de cruzar a hablar con me provocó risa y a la vez vergüenza: preci- él. Cuando me acerqué a su lado, P tenía sus dedos untados con yogur. Hablamos un poco y simbolizamos la presencia en la ciudad de mientras seguía untando sus dedos en el yogur gente como P. Sin preguntarle qué hacía, ad- y llevándolos hasta su boca. Le hice algunas vertí que andaba en busca de revistas. Recogió de las típicas preguntas que solía hacerles a una revista publicitaria de modas y otra “Muy las personas con las que buscaba entablar re- interesante” manchada con café. Le pregunté lación, cómo se llamaba, de dónde era, por si esas revistas tenían algo que ver con el cua- qué estaba ahí, etc. Muchas de sus respuestas derno que llevaba guardado entre sus ropas. eran contradictorias, decía una cosa y luego agregaba otra de índole muy diferente, o afi r-maba y a la vez negaba lo que decía. Hablaba Al otro día P era uno de los primeros en muy rápido, como si por mucho tiempo hubie- la fi la para obtener almuerzo en el “comedor ra mantenido asfi xiadas las palabras y estas comunitario”. Me sorprendió, pues, a juzgar quisieran salir de una vez por todas de su boca por el día anterior, no esperaba encontrarlo sin más dilación. De todas las cosas que dijo ahí. Igualmente me causó gracia que llevara en esa oportunidad no capté sino unas pocas: atado un palo a la cintura. Nos saludamos y que tenía hambre, que no sabía dónde le po- hablamos brevemente. En el almuerzo volvió dían dar comida, que dormía en cualquier par- a ser amable y agradeció que le dejaran repe- te y que en su cuaderno tenía escrito algo así tirse. Parecía no escuchar a sus pares, algunos como “el código de espina”. (Con estos an- de los cuales se habían insultado y vociferado tecedentes supe que estaba ante uno de los mientras hacían la fi la de espera. Le pregunté “elegidos” para continuar mi trabajo.) Con- qué había hecho después de nuestro encuen- tando con su aprobación, en esa oportunidad tro y me dijo que se había ido a descansar. No lo llevé a un lugar en que le dieron almuerzo supe dónde exactamente, pero señaló un sitio (y al que posteriormente seguiría asistiendo). lleno de escolares. Intuí que debía tratarse de Una vez allí, debió pasar por la entrevista de algún lugar cercano a algún establecimiento la asistente social y en seguida hacer una fi la educacional, de manera que, si dormía allí, ya junto a otros “peregrinos”6. Dentro del come- tenía una idea de dónde ir a buscarlo en otra dor observé que P era del grupo de los que tenía “buenos modales”, como algunos allí de-cían. (Este hecho se contraponía a la conducta de tomar con los dedos un yogurt encontrado cuaderno y del “código de espina”, me explicó en un basurero.) Se referían así no solo a los que, escribiendo una frase, y abajo poniendo modales en la mesa sino, en general, a una el código correspondiente —que solo él cono- actitud modelada por la educación cívica. “No cía para cada caso—, él podría saber quién era la resignación frente a “quedar afuera”, la obstinación y el autoabandono a conductas socialmente reprochables, siendo la principal de ellas, en el caso de los “torrantes” de Temuco, la de beber alcohol en exceso. En la etnografía de las carreras marginales de personas sin hogar (Berho, 2000), advertí la incidencia de este aspecto en la emergencia y/o modifi cación de otros atributos y actitudes psicosociales.
Categoría nativa usada por los agentes institucionales del Hogar de Cristo para referirse a la población de “moradores de la calle” que habitualmente atienden. Este término ha sido reemplazado en la actualidad por el de “tío”.
La experiencia del trabajo de campo hasta ese momento me había enseñado que la mejor manera de establecer los lugares de pernoctación de las personas era buscándolos al amanecer o a medianoche. Asimismo, había corroborado que el mejor momento para hablar con algunos de ellos, sobre todo con los “torrantes”, era en la mañana, especialmente si de por medio había un café y un sándwich.
yo y mi acompañante. Era de noche. Estába- la jubilación”— y que en la actualidad [primer mos en los “puestos” (locales) de la feria. Más semestre de 1998] no cobra, los documentos allá de nosotros pasaba un grupo de jóvenes que él no fi rmó y los que sí fi rmó; [.] enga- “voluntarios de calle” —de los primeros que se ños y [.] tergiversaciones (¡no se de qué dia- formaba en Temuco—. Hacía un poco de frío, blos!); los términos en que se efectuaron unas pero el ambiente parecía grato y seguro. P no posesiones efectivas; [.] [Asimismo,] parece paraba de hablar: de una camioneta doble ca- estar profundamente obsesionado con tarje- bina azul, de un joven, de una señora. Tras tas de crédito, cuentas bancarias, números escribir algo en un papel que pidió, sin usar de series y de cuentas, códigos de barra, fi r- su cuaderno, puso sus dedos en aquel, lo tocó mas y rúbricas, sellos y timbres de documen- y murmuró. luego dijo que yo era “Efraín” tos y papeles (Berho, 1998b: 50-51). En otro y que mi acompañante era “Francisco”, agre- momento (1999) escucharía hablar con igual gando que yo tenía que estudiar arquitectura. o más vehemencia a P sobre antenas, rada- De este mismo modo afi rmó haber alcanzado res y transistores. Por entonces, como se dice conocimiento de su enfermedad —más preci- vulgarmente, hablaba con locura de algunos samente del “mal” que le hicieron—. Así pudo saber y darse cuenta que él tenía los órganos cambiados. “Cómo es eso?” —le pregunté—. “Así es puh, tengo el pulmón de uno, el hígado lles de Temuco, el aspecto de P cambió noto- de otro y así. Eso, advirtió, quiere decir que riamente. Sus barbas y cabellos crecieron visi- no estoy completo todavía.” (Notas de cam- blemente en un lapso de seis meses. Su tez y su contextura han cambiado. En ese intertanto se ha vuelto más moreno y enjuto. Sus manos se curtieron del polvo de la ciudad y de todo “código” cada tanto, comprendí que para él lo que pasa por ellas. Por entonces, se sometió cualquier acción que emprendiese podía de- a P a una entrevista psiquiátrica a partir de la pender de los “códigos de espina”, una espe- cual se estableció un primer diagnóstico que, cie de oráculo para prepararse ante cualquier junto con otros elementos sociales y técnicos, eventualidad o situación vital e incluso llegar posteriormente ayudarían a que P saliera de a saber el nombre de alguien o el estado de la calle. En la ocasión estuvo encendido, se su propia salud o la de otro. Más allá de la hizo el simpático y gracioso, aunque en gene- certeza o demostrabilidad de sus enunciados ral creo no fue muy colaborativo con la “doc- y de que hablara sin parar y sin saber si me tora”. De todos modos, a nosotros nos brindó escuchaba o no, aprendí a reconocer algunos nuevas versiones de situaciones, momentos y temas recurrentes en su discurrir lingüístico. procesos que había vivido y que seguían sien- Persistía en hablar sobre situaciones antes do actualizados por él cada vez que volvía a vividas, sobre épocas en que él trabajaba en hablar de ellos. Se refi rió a una situación con una planta, en la fábrica o en la industria, los carabineros de Quillota, al parecer duran- cuando vivía en Quillota. Recordaba gente, te los años de Frei, la enfermedad que sufre, nombres de calles y lugares; situaciones, es- la vez que lo llevaron en ambulancia a Putaen- cenas, cuadros vividos traídos al presente a do. Opinó sobre momentos históricos vividos, través de un recuerdo retorcido —“unos hom- nombró a los presidentes de Chile que han go- bres me vinieron a buscar en una camioneta, bernado el país aproximadamente durante los Chevrolet doble cabina. de ahí me llevaron, últimos treinta años; relató por qué llegó a me sacaron de la fábrica. de ahí yo anduve con unos jóvenes que me preguntaban si tenía el papelito.”—; experiencias homosexuales; viajes a Valparaíso, a San Felipe, a San Pedro transcribo su voz: “Por represalia, por repre- y a otros lugares; la llegada de su enfermedad salia, porque resulta parece que este caba- y la naturaleza de la misma —“empecé a ver llero se le olvidó allá, porque yo había per- amarillo”, “lo mío es un mal que me hicieron. dido. se me había hecho tira el papel de la Por la mente me dijeron que mi casa está em- jubilación. entonces yo fui para allá y me brujá y que todos tienen que irse de ahí”—; la dio alojamiento y todo. faltaba que me die- jubilación que le hicieron —“Pinochet me dio ra mujer nomás. pero entonces yo sabía por la mente que el joven mayor parece que iba Lautaro, en el centro. Si no estaba sentado, por ahí y los otros lolos iban después y hacían hablando solo, lo veía raudamente surcando el amor. entonces fui para allá y estábamos calles, murmurando y deteniéndose a veces en el comedor y estábamos conversando los a escribir algo. Seguía siendo abstemio. Y to- dos solos, estábamos ahí en el comedor y en- davía “transmitía” sobre cuentas bancarias, tonces yo le dije a él cómo tenía que decir códigos de barra, códigos de identifi cación, porque no sé si sabía, porque le dije ‘oye’. cédulas de identidad, y un sinfín de elementos le conversé que. por ejemplo si yo quería de la cultura moderna en los que parecían ha- que él me haga el amor a mí yo no tengo que berse quedado suspendidos algunos episodios decirle a él. Eso le dije a ese niño, entonces de su historia más o menos cercana. Símbo- se entusiasmó y me dijo “bueno”. pero re- los que remitían a no presencias, a problemas sulta que eso es feo, ese caballero, padre o irrevocables sin solución, a fracturas y huecos madre, llevan para allá a uno como allegado biográfi cos. Como por entonces en realidad ya y no es mujer, puh, no es mujer.” (Entrevis- no valía la pena que le preguntara algo porque ta psiquiátrica a P, junio de 1998). Esa misma él hablaba y hablaba, prácticamente sin escu- vez admitió que antes oía voces y que en el char, decidí que cada vez que me encontrara presente a veces también le pasa. Afi rmó que con él simplemente lo dejaría hablar9.
era feliz como estaba, “vivo por ahí, duermo por allá”. Por entonces, si bien era consciente de no tener dinero, no lo era mucho respecto que él hacía cuando iba a dormir a Los Tra- de la situación de carecer de otros medios de peros, y ya había cierta confi anza entre no- subsistencia. La “doctora” corroboró lo que el sotros, un día se apareció por allí tocando el sentido común había nombrado desde el prin- timbre. Esa tarde P calzaba unas botitas va- cipio con la palabra “locura”. Dos días antes queras color cobrizo, puntiagudas y con taco. de la realización de esta entrevista P había co- Los pantalones los llevaba medio arremanga- menzado a dormir en Los Traperos, uno de los dos hasta los tobillos, de manera que dejaban dos refugios que entonces había para soportar ver el largo de las botas. Encima de la parka el frío y la lluvia del invierno local8.
llevaba una capa de una tela semiimpermea-ble que había atado a su cuello. Llevaba pues- to el gorro de la parka. Sus barbas largas le a comer al Hogar de Cristo y prefería dormir daban un efecto casi mágico, como si de pron- en los “puestos” de la feria Pinto antes que ir to fuese a sacar una bola de cristal o un co- a Los Traperos. Parecía sentirse bien. Se re- nejo de sus ropas. Llevaba además una bolsa lacionaba con los “feriantes” (dueños de los con pescados que le habían dado en la feria. puestos comerciales de la feria). Trabajaba Esa vez, mientras compartimos una taza de té para tres de ellos guardando la mercadería y y pan, P acompañaba todo lo que decía con un lo hacía bastante bien. La gente le daba fruta, gesto tan divertido y decidor con el momento pescado o dinero y le convidaban agua cuando que vivía. Cada vez que emitía frases llevaba pedía. Al igual que C, seguía siendo un NN (o hasta su boca alguna de sus manos poniéndola indocumentado). A veces no olía nada bien. Su de tal forma que simulaba ser un altavoz. A contextura física se mantenía, no había baja- su juicio, esa conducta respondía a que el vo- do de peso, como era el caso de otras per- lumen de su voz había bajado y requería por sonas en igual situación. Seguía siendo bueno tanto ser amplifi cado. Desde entonces nunca para caminar. En todo ese tiempo me lo había más se supo de su cuaderno. Simplemente lo encontrado en muchas partes: en la Avenida había perdido y ni siquiera lo recordaba. El Alemania, en Caupolicán, en la Plaza de Ar- contenido de ese cuaderno eran ilimitadas se- mas —donde varias veces lo encontré hablan- ries de letras y números que ocupaban todo do solo a las ocho de la mañana—, en la Plaza el espacio; también había textos, especies de No es casualidad que la única hospedería que por entonces había en Temuco, Los Traperos de Emaús, recibiera y siga reci- biendo más población que la que puede dar abasto durante los meses de invierno, desde junio a agosto.
Siguiendo este principio no solo me fue bien con P, sino con la mayoría de las personas que viven en la calle que he cono- cido en Temuco. Queda pendiente aún el análisis del silencio y la escucha en la construcción del contexto etnográfi co y su relación con otras dimensiones confi guradoras (como la temporalidad, la violencia y el trauma), en la etnografía de la poemas, antipoemas, pensamientos, antipen- seguía con los pastores en Padre Las Casas, en samientos. En una de las pocas oportunidades que tuve de ver su cuaderno rescaté frases como: “La banca se me rompió”, “La casa La identidad marginal extrema en la ciudad
está embrujada / Yo estoy en el cielo / y no vuelvo nunca más”.
contienen algunos elementos que ayudan, por un lado, a retratar a las personas que viven para personas sin hogar. De uno de ellos P ter- en la calle desde un punto de vista antropoló- minaría siendo uno de sus residentes más que- gico explicitado (Berho, 2003b; Berho, 2005); ridos. Allí comenzó a experimentar evidentes y por otro lado, a abrir el diálogo con los no- cambios. Fue objeto de atenciones especiales marginales y coparticipar en la producción y por parte de sus encargados, quienes hicie- disputa simbólica de concepciones y prácticas ron de él una especie de emblema de lucha, concretas sobre los “moradores de la calle” en persistencia y compromiso. Ellos lo llevaron al tanto categoría social límite. Al verlo así, la médico y P inició un tratamiento psiquiátrico. etnografía se transforma en un esfuerzo inte- En el hogar fue amado por su pasividad y do- lectual de doble salida. Al explorar, penetrar cilidad, la que en su momento atribuimos a la y transitar por las diferentes densidades de la medicalización a la que fue sometido por su vida social y la cultura local (y nacional) en desequilibrio. En efecto, tras un par de meses que tienen lugar las experiencias de los “mo- en el hogar, P dejó de “delirar”, dejó de hablar radores de la calle”, el etnógrafo no solo de- solo y de levantarse a medianoche a caminar sarrolla la misión cognoscitiva que tradicional- —como había ocurrido a su llegada—. “Era te- mente se le ha encomendado en el ámbito de rrible como andaba aquí en la noche, quería la disciplina, sino que también se ve inmerso irse, teníamos que sujetarlo entre los dos. Se en tramas socioculturales en las cuales debe- levantaba como sonámbulo y decía groserías, rá desempeñar un papel diferente que pau- no hallábamos qué hacer con él cuando lo tra- latinamente irá aprendiendo a desplegar, sin jimos” —me contó una vez la encargada del desperfi larse de la trayectoria intelectual que lugar—. Pienso que fue neutralizado con los precede a su trabajo y en el que la posibilidad “remedios”, si no, no hubiese perdido el áni- de participar del diálogo social, político y cul- mo para levantarse, llegando a pasar una bue- tural de la sociedad dominante se torna un de- na parte del tiempo acostado. La primera vez safío ética e intelectualmente ineludible. Así, que lo fui a visitar no me reconoció, a pesar de lo que sigue constituye un relevo interpretati- que parecía hacer un enorme esfuerzo abrien- vo orientado a destilar algunas cuestiones en do sus grandes ojos celestes para mirarme. Su torno a dos aspectos signifi cativos: el proceso cara estaba infl ada y sus poros exudaban las de confi guración de la identidad de las perso- toxinas del Tonaril, el Haldol y otros ungüentos nas sin hogar en relación con el espacio de la de la farmacéutica con que se medica a los en- ciudad y algunas de las representaciones so- fermos de esquizofrenia en los hospitales chi- ciales dominantes en torno a aquellas.
lenos. Leía un poco la Biblia y participaba en los cultos que se hacían en el living del hogar, pero no tenía su espíritu puesto en nada de de reconocer la existencia de una lógica de eso, al menos no como antes. Con el tiempo se la ubicuidad relativa a la forma de habitar y iría restableciendo y podría hacerse cargo de simbolizar el espacio. Nuestra hipótesis es que algunas pequeñas tareas y deberes al interior tanto los desplazamientos como las prácticas del establecimiento: barrer, picar y acarrear que en ellos se despliegan, así como los moti- leña, hacer algunas compras, cuidar los hijos vos y concepciones que subyacen a los mismos de los encargados, entre otras. Trascurrido un son la expresión de identidades particulares, tiempo, sus cuidadores se transformaron en hijas de un proceso de desacoplamiento so- sus “apoderados” legales. De esta manera, ciorrelacional y de una construcción de las como exige la ley de discapacidad en Chile, inscripciones subjetivas e intersubjetivas que pudieron hacerse ofi cialmente cargo de él y solo se da a través de una serie de fases analí- de su pensión como “discapacitado psíquico”. ticamente discernibles. ¿En qué consiste este Desde el 2003 que no lo he visto. Supe que proceso? ¿Cuáles son los momentos más rele- vantes que lo caracterizan? ¿De qué modo la de la población había llegado a la calle debi- ciudad se hace parte de este proceso y este a do a alguna crisis vital o a hechos biográfi cos su vez de la ciudad? La etnografía de las tra- de honda repercusión psíquica, experiencias yectorias marginales aporta el material básico en todos los casos más o menos intolerables: para visualizar los hitos y delinear el proceso enfermedad, muerte de seres queridos, sepa- ración conyugal, quiebre económico. Las vi-vencias y sentimientos que acompañan este proceso parecieran ser correlativos con el re operar la persona concierne al modo como nivel de estructuración del respectivo perfi l resolver las necesidades básicas. Una vez sin identitario entre las personas. En este marco, hogar, la persona debe enfrentar cada día la las acciones de C y P adquieren consistencia cuestión de la alimentación y la bebida, la pro- propia10. La adquisición de un estilo de vida tección, el abrigo, el descanso y la seguridad. marginal implica básicamente el desarrollo de Es más, debe decidir qué hará si no quiere mo- estrategias de sobrevivencia —entre las cuales rir. La persona descubre lo imperioso que es las económicas solo constituyen un tipo más— que la necesidad sea cubierta. Descubre tam- y la resignifi cación de la calle, las experien- bién que para que así sea debe modular su con- cias de desvinculación y el sí mismo. “Durante ducta al entorno de “la calle”. Esta comienza la fase [que denominé] de desvinculación la poco a poco a convertirse en un territorio para persona experimenta una sensación de vulne- vivir de donde es posible extraer (casi) todo ración de su integridad que lo lleva a desarro- lo necesario para sobrevivir. La situación de C llar una serie de estrategias de autoprotección es muy indicativa de esto, al punto de confi - sin las cuales el mundo inseguro de la calle gurar una preferencia por hacer de la calle su sería prácticamente imposible de ser vivido hogar. Algunas personas, como P o C, parecie- y menos llegar a convertirse en un territorio ran resignarse plácidamente a vivir sin hogar, existencial. Así, durante la fase de vulnera- mientras que otras experimentan sendas crisis ción de la integridad la persona experimenta emocionales que solo alivian momentáneamen- las consecuencias directas de su proceso de te embriagándose, fantaseando o alienándose. desvinculación del mundo de la vida social (fa- Otros sienten deseos de morir o de acabar con milia, amistad, trabajo tradicional), así como la vida que llevan. Pueden ser muy críticos ha- de los sistemas sociales (asistencia social, sa- cia la sociedad o ni siquiera presentir sus en- lud, protección social): reproche y rechazo trelazamientos. Durante esta fase las personas social, desprotección y exposición a las vio- experimentan la discriminación social ligadas lencias urbanas de todo tipo (de los pares más al cambio de su apariencia y conducta. Es lógi- jóvenes o más fuertes, de los sistemas de con- co pensar que todas estas experiencias surtan trol social, de las pandillas juveniles, inclu- profundos efectos sobre la confi guración de la so de los perros)” (Berho y Samaniego, 2005: identidad social y subjetiva o que, más bien, 109). Las estrategias económicas, en tanto, se este proceso esté íntimamente conectado con caracterizan —como vemos en el relato de C y la adaptación que debe experimentar la perso- en parte en el de P— por desafi ar los cánones na en un sentido total, prácticamente ontológi- ligados al mérito y la iniciativa productiva del co. Sin poder determinar aún claramente como capitalismo liberal. Más aún, C enseña que es todo esto ocurre, podemos afi rmar que lo que posible vivir fuera del capitalismo: en verdad, está en juego es la consistencia relacional y el En relación con la resignifi cación de la calle como territorio existencial, observa- cada trayectoria se va haciendo de diferentes mos que esta es una afi rmación que hacen, en materiales vitales y en ella están implicados general, quienes ven en la calle un contexto actores, contextos y experiencias diversos en que, a pesar de su violencia, acoge a los más cuanto a formas y contenidos. En otra opor- desposeídos. “La calle es mi madre” —me se- tunidad (Berho, 2000), noté que la mayoría ñaló una vez E, un “torrante” hoy fi nado—. La Me aventuraría a señalar que si la persona ha soportado las fases de ruptura inicial y la de consecuente desmembramiento o desafi liación socioafectiva y socioeconómica advertida por otros especialistas (Cabrera, 1998; Castel, 1999), entonces la persona está dispuesta a la adquisición de un estilo de vida marginal.
calle, en este sentido y a pesar de todo lo que era para C un espacio de apropiación creativa podemos imaginar los que no vivimos en ella, en la que se podía encontrar, más allá de toda es resignifi cada como contexto de estabilidad, su riqueza y desigualdad, lo necesario para como un territorio que tiene su propio recorri- vivir y dotarse de una identidad idiosincrási- do: con una partida, una estancia, planicies, ca. Un sitio en el que dejar inscrito su paso pliegues y un fi nal. La seguridad que prodiga efímero, marcado por el ritmo de la conver- la madre, la calle también la puede dar. Como sación interior. Para P, en tanto, la calle era C sabía y como P tuvo que aprenderlo: es cosa ese escenario en el que bullían fragmentos de de saber dónde buscar, a quién recurrir, a qué una cultura indescifrable, de la cual él pare- horas producir los desplazamientos, cuándo y cía irse desprendiendo cada vez más, no para cómo entrar en escena y cuándo y cómo re- retirarse a vivir en la soledad sino para distan- tirarse. Esto solo cobra real signifi cado entre ciarse de su semántica, sus lugares comunes y quienes han alcanzado un conocimiento de la su atosigante serialidad y replicabilidad. Las vida en la calle, es decir, tras haber vivido a estrategias de sobrevivencia trascienden aquí la sombra de esta, cobijándose en su seno del las necesidades biológicas: el yo es a fi n de frío y la lluvia, comiendo de su comida, be- cuentas lo que mayormente deberá proteger biendo de sus líquidos. Con el tiempo pare- quien hizo de la calle su hogar. Nuestro análisis ciera diluirse la sensación de inseguridad que sugiere que, entre otras prácticas, la locura, la calle produce en los iniciados, lo que no el silencio, el ocultamiento, la evasión física o quiere decir que la calle no sea insegura. Por mediante sustancias, constituyen mecanismos esto es que coincidimos con Robert Desjarlais, que permiten asegurar la vida en estas condi- quien considera la calle como “un dominio so- ciones y, en este sentido, pueden entenderse ciogeográfi co que modela una forma de vida específi ca y ciertos marcos de entendimiento” (Desjarlais, 1997: 120; traducción libre).
Se podría pensar que los casos elegidos no son para nada típicos y que, con ellos, el etnógrafo no estaría ofreciendo sino cuadros el suelo donde pisan habitualmente los “mo- efectistas y subjetivos del mundo de la mar- radores de la calle”, sino que es también el ginalidad extrema, en lugar de descripciones lugar de la copresencia de y la cohabitación detalladas de totalidades. Es perfectamente con otros individuos (transeúntes, consumi- posible que así ocurra si el etnógrafo no ha dores, ciudadanos, pobladores). En este mar- tomado antes una posición. Personalmente co, la calle es simbolizada de dos maneras: diría que los casos fueron elegidos en tanto 1) como si se tratara de un territorio prístino casos extremos de “sin-hogarismo” en tanto que se debe descubrir y nombrar y en el cual una forma de experiencia límite. En estos ca- cada cual se sustrae más o menos de su histo- sos, además, se apreciarían diferencias en los ria pasada para mimetizarse en el cemento, modos de habitar y simbolizar la ciudad y a los sitios eriazos, las construcciones abando- través de ellos, asimismo, sería posible revisar nadas, los lugares liminales y los no lugares. 2) y repensar algunas opiniones y nociones comu- Como un territorio cuyas riquezas han sido ya extraídas y que, por efecto del tiempo, vuel-ve a alcanzar el estatus de potencia benevo- lente, por lo que requiere ser redescubierto dinero, encontrar abrigo o refugio, comida y vuelto a nombrar. Estas dos formas pueden gratuita o por poca plata, son conocimientos confl uir entre sí y son las que explican el en- pragmáticos que sugieren que los “moradores tendimiento que hacen de la calle quienes la de la calle” no son individuos más o menos habitan. De este modo, coexisten nociones de fantasmales que divagan por la ciudad deli- la calle como contexto existencial, es decir, rando o sin ningún rumbo fi jo, como podría- a la vez como espacio en que deviene la vida mos aducir del caso de P. Porque precisamen- y la muerte y como fuente de consistencia o te P buscaba donde pernoctar o conseguir borramiento vital en el que es posible regis- ropa, comida y agua es que su mundo, por trar relaciones más o menos estandarizadas, más delirante que pueda parecer a través de contingentes y azarosas de benevolencia, indi- su verborrea y expresión escrita, no era com- ferencia, silencio, abuso y violencia. La calle pletamente ajeno a algún tipo de orden, a alguna distribución de la actividad cotidiana posibilidad alguna de comunicación intersub- en tiempos, en desplazamientos espaciales, jetiva? Las principales ataduras que en estos a algún sistema de digresiones discursivas so- casos pueden existir parecen ser fi nalmente cialmente concebido como desequilibrio, el de orden lingüístico. Todo lo que se dice bus- contramundo frente al mundo. En el caso de ca hacer comprensibles estados y procesos del C, se desarrolla una apropiación del espacio mundo, de la subjetividad y los otros, por más urbano que es coherente con las concepciones inverosímiles, erráticos e incoherentes que subjetivas en torno a la función social auto- nos parezcan esos discursos. Por último, suele asignada del marginal en la ciudad. Su mundo asociarse la libertad con la movilidad geográ- depende de una construcción simbólica sus- fi ca, con el nomadismo. Ni C ni P nos sirven de tentada en creencias y concepciones en la que mucho para demostrar esta asunción11. En todo parece existir una armonía entre las máximas caso, la diversidad del mundo de las personas de vida religiosa y los actos concretos. Se tra- que viven en la calle ofrece esta posibilidad a ta de una vivencia límite que da origen a una través de la categoría de los “caminantes”12. forma de sobrevivencia creativa en la que se De este modo, podría decir que las experien- condensa la actividad simbólica y que obliga a cias límite de los “moradores de la calle” pue- relativizar nuestros conceptos de lo deseable den desplegarse en movimiento —como entre así como de lo puro-impuro, lo limpio-sucio, el los “caminantes”— y, de allí, dar lugar a la sensación de libertad que ese estado podría suscitar; o bien que pueden estar ancladas a La libertad es otro atributo adscrito a las un único lugar en el cual queda inscripto el personas que viven en la calle. Esta opinión es anonimato y la desafi liación relativa de cada recurrente incluso entre los etnógrafos, pero uno. Así, si mantenemos la idea de homologar es muy común encontrarla en ciertas repre- “vagabundos” con “caminantes”, tendríamos sentaciones idealizantes que ven en el “vaga- que señalar que a estos se han sumado hoy día bundo” a una fi gura totalmente desarraigada otros, más arraigados o sedentarios.
y sin ataduras relacionales, así como profun-damente ajeno a las pesadas estructuras ma- Breve excurso de la etnografía de los “mora-
teriales que gobiernan la vida social, política y dores de la calle” en Temuco
económica de la sociedad moderna. La inves-tigación empírica de este aspecto nos muestra Cuando a fi nes de 1997 inicié el “estu- más bien que tal desconexión absoluta es poco dio sustantivo del estilo de vida de una clase probable, aunque hay excepciones. El caso de marginal de personas” como las que acaban de C es un extremo y una paradoja, por cuanto ser presentadas (y muchas otras), intuía que para vivir él necesita lo que otros desechan. se me impondría “una tarea tan densa como Su relación con la sociedad está mediada por cuando uno debe enfrentarse a una cultura su relación con los desechos urbanos. Así, él se extraña” (Berho, 1998a: 38). Una década des- relaciona con lo que la sociedad arroja, asu- pués veo ese objeto de estudio como parte de miendo el compromiso de recoger y “limpiar” un campo de relaciones y signifi caciones huma- la ciudad. La resonancia semiótica del delirio, nas complejo en el que las experiencias per- en tanto, también puede interpretarse como sonales de “vagabundos”, “caminantes”, “to- una forma de liberarse de los formatos hege- rrantes”, “profesionales” y “alucinatorios”13 mónicos del discurso, o como parte de una in- se encuentran indisolublemente ligadas a los frapolítica inconsciente para el propio agente. procesos sociales y subjetivos que acompañan De cualquier forma, ¿qué libertad puede ha- y condicionan material y simbólicamente las ber allí donde hay ausencia de reciprocidad o suertes individuales. En este marco, la et- Probablemente pudo valer al comienzo de las “carreras” de cada uno, cuando ambos vivían en otras regiones y en el trayecto a Temuco tuvieron conductas nómades. Mas este hecho no establece por sí mismo la especifi cidad identitaria de El caminante constituye una endocategoría presente especialmente entre personas que viven en la calle, jóvenes —me- nores de 40 años—, cuya principal característica consiste en la movilidad geográfi ca que los identifi ca. Comparten con los “torrantes” la adicción al alcohol y el desarrollo de prácticas como la mendicidad (o “macheteo”) y el uso de los espacios Categorías etnográfi cas levantadas y reconstruidas permanentemente por el autor desde 1998.
nografía de las personas viviendo en la calle implica el extrañamiento cognoscitivo frente grafía de las personas que viven en la calle y a la propia sociedad y cultura del etnógrafo, su mundo y esto es a lo que el etnógrafo está reafi rmando la tesis de que su estudio impo- llamado a descubrir detrás de las observacio- ne la densidad simbólica de la acción humana nes y las vivencias compartidas en el campo de la misma manera que lo puede constituir con los “otros”: los contrastes, las irregula- la experiencia de enfrentarse a una cultura ridades, las asimetrías, hiatos y antinomias extraña14. Afi rmar que “no todas las personas de una sociedad que se autocomprende como de la calle son iguales” me resulta hoy en día moderna, pero en la que el individualismo una obviedad; los “voluntarios de calle” saben abstracto y la igualdad jurídica son solo anhe- mejor que nadie que es así. El problema es los que enceguecen el futuro sin poder fundar construir conceptualizaciones antropológicas aún relaciones menos desequilibradas. Así, el de los fenómenos. Es decir, conceptualizacio- conocimiento etnográfi co no solo se funda en nes que, desencapsuladas de los marcos cog- la relación de campo con “otros”, sino que lo noscitivos y sociales particulares, contribuyan hace en función de las diferencias y contrastes a la ampliación del entendimiento de la ac- que el observador es capaz de visualizar y ha- ción y el discurso humano15. De allí que consi- cer inteligibles respecto de su propio mundo dere que la etnografía es más que un instru- material, cognoscitivo y simbólico16.
mento metodológico para registrar y exponer textualmente la realidad social y desarrolle la Bibliografía
idea de la etnografía como el enfoque teórico metodológico más importante de la antropo- BERHO, M. (1998a), “Esbozo para una etnogra- logía sociocultural. Lo que nos permite saber fía del vagabundo”. En CUHSO, 4 (1): 38-43.
qué investigar y cómo hacerlo y también lo que podemos escribir y cómo escribirlo. Es BERHO, M. (1998b) “Condición sociocultural también una actitud frente a los hechos, a las del vagabundo adulto en Temuco, con fi nes de ideas teóricas y los métodos ortodoxos. Una reinserción social”. Centro de Estudios Socio- posición frente al sentido común y el marco de valores del cual todos, sin excepción, arran- BERHO, M. (2000), “Una carrera hacia los bor- camos para hacer nuestras investigaciones: la des de la sociedad”. En CUHSO, 5 (1): 45-56.
que me lleva a hablar de “moradores de la calle” en lugar de “vagabundos”; la que me BERHO, M. (2002), “Identifi cando personas con exhorta a hacerle más caso a los hechos y en discapacidad social. Informe de una experien- ese marco a hablar de “marginalidades” en cia de funcionarios del Servicio de Registro vez de marginalidad a secas y la que me con- Civil e Identifi cación de Temuco”. Dirección duce a pensar, sin duda, en los “vagabundos”, Regional de Registro Civil e Identifi cación, CES los desahuciados de la sociedad, los ancianos abandonados, los “torrantes”, los “discapaci-tados” pobres, en una palabra los excluidos BERHO, M. (2003a), “Perfi les socioculturales de la sociedad nacional, como representantes de personas sin hogar. Informe de sistemati- de una categoría límite dentro de lo que pa- zación”, Programa de Apoyo a Personas Aban- reciera ser un proceso alterno y contrario al donadas en la Calle, DIDECO-Municipalidad de “desarrollo” y al progreso social.
Temuco, Centro de Estudios Socioculturales, Universidad Católica de Temuco.
La etnografía del mundo de la vida de las personas que viven en la calle me condujo a la etnografía del marco de interac- ciones cotidianas de la persona y sus inscripciones simbólicas y colectivas y, de allí, al campo —si se quiere— más opaco de la sociedad y la cultura de los no marginales, sus relaciones y signifi cados hacia los “moradores de la calle”. Comienzo a ver la marginalidad como una cualidad relativa, como un proceso, en el que también se pueden visualizar tipos, tendencias o patrones de variadas índoles coexistiendo. Esta coexistencia fue analizada inicialmente (en Berho 2003b, op. cit.) respecto del modo como tres tipos institucionales diferentes conciben a las personas e interactúan con ellas.
Creo que aún no hemos podido construir y ofrecer explicaciones generales que, sin perder de vista la peculiaridad del objeto, avancen hacia una mayor comprensión del mismo y colaboren en el desarrollo de procesos de comunicación intra e intercultural en el mundo contemporáneo.
Iniciamos una exploración consciente de este principio el 2004, a propósito de lo que podemos denominar dialéctica “mo- delos - antimodelos” de persona. Los resultados preliminares de ese análisis se encuentran en Berho y Samaniego (2005a), BERHO, M. (2003b), “Personas sin hogar en BERHO, M. (2006), “Identidad marginal entre Temuco. Enfoque antropológico aplicado”. En personas sin hogar de la ciudad de Temuco, Nicolás Richard (ed.), Movimiento de campo en torno a cuatro fronteras de la antropología chilena, ICAPI, Guatemala.
CABRERA, P. (1998), Huéspedes del aire. So-ciología de las personas sin hogar en Madrid. BERHO, M. (2005), “Antropología de la mar- Pontifi cia Universidad de Comillas. Madrid.
ginalidad extrema. Una propuesta local”. En ANTHROPOS Nº 207: 43-53.
CASTEL, R. (1999), La metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado. BERHO, M. Y SAMANIEGO, M. (2005a), “El re- verso de la identidad pública: modelos de per-sona en la sociedad y cultura contemporánea”. DESJARLAIS, R. (1997), Shelter blues. Sanity En Actas del Primer Congreso Latinoamericano and selfhood among the homeless. University de Antropología, Rosario, julio de 2005.
of Pennsylvania Press, Philadelphia.
BERHO, M. Y SAMANIEGO, M. (2005b), “Estudio multidimensional sobre la marginalidad extre-ma en la ciudad de Temuco”. Informe fi nal, Proyecto DIUCT 2003-1-01, Universidad Cató-lica de Temuco.

Source: http://repositoriodigital.uct.cl:8080/xmlui/bitstream/handle/123456789/481/CUHSO_0716-1557_03_2010_19_art2.pdf?sequence=5

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Global Equity Research UBS Investment Research 12-month rating Jean Coutu Group Inc. Unchanged 12m price target C$10.00/US$9.43 Prior: C$10.50/US$9.91 C$8.39/US$7.92 „ EPS was $0.18, in line with expectations; last year was $0.16 Q1 was characterized by weaker than expected sales and better than expected 7 July 2010 margins. Same store sales growth

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Comunidades Europeias – Fornecimentos – Concurso público P-Angra do Heroísmo: Contraceptivos 2008/S 16-020261 ANÚNCIO DE CONCURSO Fornecimentos SECÇÃO I: ENTIDADE ADJUDICANTE I.1) DESIGNAÇÃO, ENDEREÇOS E PONTOS DE CONTACTO: Saudaçor - Sociedade Gestora de Recursos e Equipamentos da Saúde dos Açores, S.A., Solar dos Remédios, Angra do Heroísmo, Contacto: Saudaçor,

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