Desde hace algunos años, cuando me piden una recomendación o
cuando envío algún paciente con colegas suelo decirles, “es ético y, además, es
bueno”. Con o sin ironía, en medicina, es fundamental regresar a la ética. El arte
de urdir enfermedades o exagerar las ya existentes (disease mongering), por parte
de la industria farmacéutica y sus aliados, los medios informativos, es otra razón
Quienes trabajan al servicio de las farmacéuticas han inventando la
disfunción sexual femenina, han tenido la genialidad de lograr que millones de
hombres en el mundo se conviertan en adictos de fármacos diseñados para
mejorar la calidad de la erección y, han convertido en impotentes por decreto a
quienes pensaban que no lo eran (leo en una revista médica de diciembre 2007
que se calcula que en 2025 habrán 322 millones de casos). Han logrado eso y
más: con tal de seguir engordando sus arcas han sido capaces de enfermar a
Con frecuencia se repite que muchas compañías farmacéuticas,
imposible decir cuántas, gastan más en promover sus productos que lo que
disponen para investigación. Quizás esa idea sea exagerada, pero, lo que si es
cierto, es que gracias al marketing han logrado modificar el concepto de salud y
han conseguido que las personas sanas piensen demasiado en su salud, que los
enfermos se sientan más enfermos, que los llamados factores de riesgo –
osteoporosis, colesterol elevado- se transformen en enfermedades y que
condiciones normales del oficio de vivir –calvicie, disminución de la energía ligada
al envejecimiento, menopausia- hayan dejado de ser parte normal de la vida para
convertirse en motivo de vida. En uno de los artículos que leí, me sorprendió
enterarme que desde 1894, el psicólogo William James, hermano del famoso
novelista, Henry James, declaró, al referirse a las farmacéuticas, que “los autores
de esos anuncios deberían ser tratados sin piedad y considerárseles enemigos
públicos”. Ignoro que fue lo que le sucedió a James pero seguramente le
Solicitar que los medios de publicación sean éticos es inútil. Ese estatus
es aprovechado y fomentado por las industrias farmacéuticas. Se calcula que los
estadounidenses dedican tres años de su vida en ver anuncios de televisión. La
mayor sociedad de consumo del mundo radica en Estados Unidos. Tienen una
afición patológica por la mass media y no dudo que la mayoría sean acríticos.
Todo un manjar para los publicistas y para la industria.
Bien saben las farmacéuticas que el consumo genera más consumo y
que la felicidad nunca es suficiente: vender píldoras que mejoren la vida, fármacos
que despierten el deseo sexual o químicos que ahuyenten la mortalidad es
leitmotiv de muchas de ellas y base para seguir urdiendo enfermedades.
Quisiera pensar que las compañías actúan de buena fe y pretenden
disminuir el sufrimiento, pero, creo, sobre todo, que las que publicitan sus
acciones en la televisión no siempre diseñan píldoras que contengan una dosis de
ciencia y otra de ética. Estoy seguro que las compañías farmacéuticas que venden
parches de testosterona para estimular el deseo sexual en las mujeres o para
paliar la disfunción sexual femenina no se preocupan demasiado ni por la mujer ni
por lo que sucede en la pareja. Piensan en sus cuentas bancarias, soslayan la
mediocridad de sus experimentos y, quizás, ni siquiera saben que la disfunción
sexual femenina es una entidad mal definida y no avalada por muchos médicos
Medicalizar la sexualidad ha sido uno de sus grandes éxitos y
generar dependencias farmacológicas inmenso logro. Es tal su poder de
penetración que la idea de crear una Viagra rosa para las mujeres ocupó muchas
planas en 1998, fecha en que se aprobó el uso de la droga mencionada para uso
Las farmacéuticas fomentan sus ventas por medio de otras vías. Sugieren
que todo síntoma, aunque sea poco trascendental, requiere tratamiento; generan
ansiedad en torno a la salud; redefinen e inventan enfermedades; introducen
nuevos diagnósticos como la disfunción sexual femenina y explotan, a su gusto,
las estadísticas, tan en boga en la sociedad contemporánea. Este último punto me
recuerda el viejo chiste de la investigación biomédica que explica los resultados
del ensayo de un nuevo fármaco en ratones: el 33% se curó, el 33% murió y el
Crear necesidades es uno de los eslóganes no publicitados de la industria
farmacéutica. Ofrecerle a la sociedad y al enfermo los instrumentos necesarios
para que comprendan los límites de la vida y de la farmacología son obligaciones
de los doctores. Para poder decir lo que piensan, los médicos deben tener
vínculos sanos con la industria, aunque éstos sean también económicos.
Mis ideas no minimizan las bonanzas ofrecidas por los medicamentos, no
subestiman la inteligencia de los investigadores y no ignoran las soluciones a
muchas enfermedades debidas a las caras buenas de la industria médica,
simplemente, exponen otras verdades. Lo que no sobra repetir es que nadie tiene
el derecho de apropiarse de la salud de la sociedad ni hacer del sano una persona
lábil ni de transformar al poco enfermo en muy enfermo. La maquinaria
publicitaria y el poder económico de la industria farmacológica contra la ética y la
Vox Sanguinis (2006) 90 , 77–84 Malaria and blood transfusion A. D. Kitchen1 & P. L. Chiodini2 1 National Blood Service, London, UK 2 The Hospital for Tropical Diseases, London, UK The transmission of malaria by blood transfusion was one of the first recorded inci-dents of transfusion-transmitted infection. Although a number of different infectionshav