Dos relatos, un análisis y un excurso sobre las identidades y la relación con la ciudad entre los “moradores de la calle” en temuco, chile - two tales, an analysis and an excursus on identities and the relationship with the city among “street-dwellers” i
Dos relatos, un análisis y un excurso sobre las identidades y la relación con la ciudad entre los “moradores de la calle” en Temuco, Chile1 Two tales, an analysis and an excursus on identities and the relationship with the city among “street-dwellers” in Temuco, Chile
Aceptación: 15 diciembre 2009Aprobación: 25 abril 2010
El autor describe dos casos de personas que viven en la calle en la ciudad de Temuco, en el centro sur de Chile. A partir de una perspectiva etnográfi ca indaga en algunos de sus modos de acción e interacción en la ciudad, mostrando la lógica de sus actos y la forma en que éstos hacen parte de complejos y frag-mentados procesos de confi guración identitaria. Asimismo, el autor desarrolla un análisis que estimula el extrañamiento y cuestiona algunos supuestos y conceptos socialmente dados por garantizados respecto de la relación entre los “moradores de la calle” y la ciudad. En este marco, defi ende la tesis según la cual la sobrevivencia es un proceso totalizador que trasciende la esfera biológica para articular un estilo de vida en la que el yo y la ciudad son objetos resignifi cados en función de una serie de experiencias límite a través de las cuales podemos aprender más de nuestro propio mundo.Palabras clave: Moradores de la calle, identidad, trayectorias. ABSTRACT The author describes two cases of homeless in Temuco city, in the south-center of Chile. From an ethnographic perspective, he investigates some of their ways of action and interaction in the city, showing the logic of their acts and the way in which they become a part of complex and fragmentary identity confi guration processes. Likewise, the author develops an analysis that stimulates the strangement and questions some assumptions and some concepts socially taken for granted about the relationship between the homeless (street dwellers) and the city. It is within this framework that he defends the thesis according to which the survival is a totalizing process which transcends the biological sphere, in order to articulate a way of life in which the “oneself” and the city are re-signifi ed objects in relation to of some limit experiences, through which we can learn more from our own world.Key words: Homeless, street dweller, identity, trajectory.
Este texto ha sido elaborado en base al material etnográfi co acumulado a partir de una investigación de campo antropoló-
gica en torno a las personas que viven en la calle, realizada en la ciudad de Temuco, Chile, en diferentes momentos desde
fi nes de 1997 a 2005. En la mayor parte de estos acercamientos he contado con el apoyo de la Universidad Católica de
Temuco y de entidades públicas de la región y la comuna.
Antropólogo, Docente Universidad Católica de Temuco. Actualmente es doctorando del programa de Doctorado en Ciencias
Sociales de la UNGS – IDES, Buenos Aires, Argentina. [email protected]Primer relato. “Ejercitar el don de las extre-
premura. Yo apenas lo podía escuchar. Cada
midades para estar a nivel”
vez que, por lo mismo, intentaba acercarme un poco más a él, se echaba un paso más atrás,
de tal manera que durante toda la conversa-
una tarde otoñal de 1998, de esas de comien-
ción mantuvimos siempre una distancia más o
zos de la estación que aún ceden un poco de
menos fi ja. Si bien no olía a alcohol, su presen-
espacio a los rayos del sol. C estaba en la ben-
cia entera expelía hedor. Observé que el car-
cinera de Caupolicán y calle Imperial, en la
gamento que llevaba consigo era literalmente
ciudad de Temuco. Llevaba consigo un enorme
de desperdicios. Y que, según él mismo, eran
equipaje de desechos que, como más tarde
“materiales de la ciudad”. Hubo aspectos de él
me diría, había recogido “en la ciudad”. Ya lo
mismo que no pude oír a causa del bajo volu-
había visto en un par de oportunidades, pero
men de su voz y del ruido de los autos y camio-
no había encontrado pretexto para abordarlo.
nes que atravesaban la avenida a esa hora. Me
Ahora tampoco tenía pretexto, pero mi volun-
sentí un poco incómodo por preguntarle cosas,
tad fue más fuerte. Me había llamado mucho
por mi actitud inquisitiva. Traté de no presio-
la atención su estética. Su estilo abigarrado,
narlo. Dentro de todo lo que dijo, le entendí
caracterizado por llevar trajes hechos por él
claramente que él vivía cerca de donde está-
mismo en los que sobresalían nudos y amarras
bamos. Me quedé tranquilo porque supuse que
de las que pendían objetos cada vez más in-
podría volver a verlo si venía a esperarlo. Y así
creíbles. De un poco más de cincuenta años,
fue. En adelante seguí encontrándome con él
C era un hombre pequeño y delgado. Tanto su
en diferentes puntos de un área más o menos
cara y cabeza como sus manos y pies tenían
amplia que abarcaba parte del sector sur-oes-
ya sedimentado el paso de varias temporadas
te, la Avenida Caupolicán (Panamericana Sur) y
de vida a la intemperie en el centro-sur de
algunas calles del centro de la ciudad.
Chile. Me diría que venía de Talca y que habría llegado caminando a Temuco en 1993. Tuve la
Nunca pude saber si C podía dormir bien
sensación de estar hablando con un hombre
en su “aposento”, como llamaba al lugar en
que no había sostenido relaciones sociales
que, justo en los límites de la ciudad y la co-
desde hacía mucho tiempo. Observé su pasi-
muna, dormía y acumulaba desechos3, pero lo
vidad y quietud y la humildad que emanaban
cierto era que despertaba cada día muy tem-
de su presencia, haciéndolo aparecer como
prano y que cada día solía hacer diferentes
una fi gura para nada indiferente a los ojos
cosas que llenaban su tiempo y parecían darle
de cualquier transeúnte, no pudiendo captar
razón a su vida. La mañana generalmente la
menos que el interés apasionado de un etnó-
ocupaba para “hacer ejercicios”, literalmen-
grafo dispuesto a ver al hombre detrás de la
te. En un par de oportunidades lo acompañé
rareza. Porque para cualquiera que lo veía, C
mientras levantaba y trasladaba grandes ro-
era raro, muy raro, un freak según los ado-
cas usadas en la contención de las aguas del
lescentes de ahora. En ese tiempo C se había
río Cautín en invierno. En su “aposento” po-
ganado el apelativo de “Señor Basura”, “Capi-
día tener reservas de comida que encontraba
tán Inmundo”. Para otras personas que por ca-
en los tanques de basura. El agua la sacaba
sualidad se cruzaban con él —como el portero
del río que tenía a metros, “aguas de vida”,
de un colegio, un zapatero y un cuidador de
decía cada vez que bebía un sorbo o hablaba
autos—, aparecía como “enfermito” y “loco”.
de ellas. Cuando levantaba rocas o trasladaba
“materiales” de desecho, decía que eso era “ejercitar, hacer ejercicio” y “desarrollar el
don de las extremidades”. Se refería así a es-
mos. Hablamos un poco de quién era cada uno
tar activo, a hacer cosas, a “no decaer”, es
y qué hacíamos. Su voz era suave y un poco
decir, a estar en movimiento y sentirse vivo.
entrecortada. Sus ojos jamás miraron los míos.
Pero, ¿qué cosas hacía realmente C? Era el
Movía su cabeza de un lado a otro, como es-
tipo de preguntas que, desde mis primeros en-
quivándome. Sus palabras salían de su boca sin
cuentros con él, me hacía. Y, para saberlo, no
Se trataba de un costado inferior del puente Cautín, en la salida sur de Temuco. Este espacio había sido totalmente inter-
venido por C a través de la incorporación y yuxtaposición de objetos de desechos reutilizados por él con fi nes de sobrevi-
vencia -entendida esta como una experiencia humana compleja que abarca facetas materiales, simbólicas y subjetivas-.
quedaba más que ir en su búsqueda y quedarse
hojas de lechuga y repollo, papas viejas y uno
que otro “material” para sus “inventos”: una pequeña botella de vidrio, un poco de hilo de
nailon, una revista, un trozo de madera que
nar. Una de las mañanas que estuve con él, lo
más tarde usaría para hacer un tallado que en
acompañé por “las poblaciones” del sector Las
otra oportunidad me obsequiaría. Tras esto
Quilas, Amanecer y el sector de la Universidad
volvimos al muro en que estaba la pintura.
de La Frontera. Atravesamos lentamente calles
Nos sentamos en el suelo cubierto de hojas;
y avenidas y nos detuvimos en algunos puntos
no había pasto. Le pregunté a C si venía habi-
que antes ya habían captado mi atención. Pri-
tualmente allí. Me respondió afi rmativamente,
mero, en una esquina de calle, al borde de
agregando que “había estado cortando el pas-
una antigua avenida rota —para variar— por
tizal”, lo que ofrecía una respuesta al hecho
reparaciones, en cuya muralla fi guraba una
de que allí, en lugar de pasto, solo hubieran
pequeña pintura hecha con tiza de color cuyo
hojas. De inmediato sostuvo: “tengo pensado
contenido era un retrato desprovisto de rasgos
cortar un poco el pastizal de la ciudad. en
específi cos, un rostro sin ningún trazo. C me
eso estoy pensando porque está un poco lar-
dijo que la había hecho él. Por entonces, yo ya
go. algo que haga en las calles, ya que me
había advertido la forma como C se simboliza-
falta un poco de dinero (por entonces —y des-
ba a sí mismo diciendo que para él lo más im-
pués— no tenía ¡ni una chaucha!). de alguna
portante era “desarrollar el don del lenguaje”
forma no hay que decaer, hay que mostrar un
y “el don de las extremidades”. Igualmente,
poquito el pensar. ya limpié un poco allí en
resultaba muy interesante y revelador que,
la ciudad la otra noche.” ¿Dónde? —le pre-
entre otras designaciones, se defi niera a sí
gunté—. “De la bomba [de bencina] pa’rriba,
mismo como “artista”, “sastre” e “inventor”.
un poco allí limpié, saqué unos pastizales,
Esa vez me conmovió mucho saber que había
pero después me voy a tirar más adentro pa’
sido él quien había dejado esa inscripción. Me
sacar todo eso. el otro año limpié bastan-
satisfi zo también el hecho de que entonces
te, saqué escombros y todo eso, dejé un poco
pudiera establecer con seguridad que otros di-
limpio. a veces me demoro meses o años,
bujos similares que había visto en otros puntos
pero estoy presente en todo eso” (C, octubre
del área hubiesen sido igualmente obra de él.
de 2000). Estos “escombros” eran los restos
Ahí nos quedamos un rato, casi absortos con
que progresivamente había ido acumulando en
la luz del sol. C absorbía la energía del sol;
su “patio”, un lugar inmediatamente contiguo
parecía dormido, o ensimismado, como tantas
al “aposento”, en el que tenía atiborrado de
veces lo había visto y lo seguiría viendo.
“materiales” (de desecho) recogidos en la ciu-dad y que, en mis primeras visitas, me había
provocado náuseas debido al intenso hedor
rotonda de Caupolicán, donde nos volvimos a
que de ahí emanaba y que, poco a poco, fui
detener. Allí había una pequeña feria de frutas
aprendiendo a “leer”, y por cierto a soportar.
y verduras, un colegio de adultos, una capilla,
Después de nuestra conversación, C siguió solo
un supermercado; mucho fl ujo humano y de
hacia el centro de la ciudad, donde probable-
transportes. A unos metros del lugar en que
mente se dedicó a hacer una “limpieza”.
nos detuvimos —que igualmente tenía un ros-tro dibujado con tiza, esta vez con una pipa
“La primera vez que llegaba a la ciudad
en la boca (y que me hizo recordar la disposi-
estaba tan necesitado y encontraba alimento
ción artística de C)— había un tanque de basu-
bueno, sellado. Dije: ‘Voy a limpiar todo esto,
ra rebosante de restos orgánicos dejados por
algo de pastizal y saber lo que voy a recoger
los locatarios de la pequeña vega. C inició su
ahí’. y ahí tenía una pequeña respuesta, todo
incursión un poco tímidamente —infi ero que a
eso me quedó, y hasta la hora, porque dije yo:
causa de mi presencia—. Mas, pronto no pudo
‘yo tengo algo en el suelo o en mis manos, un
seguir con su excavación, decidió introducirse
privilegio del Señor’. Pensaba ‘yo soy como
al tanque, para lo cual me pidió ayuda. Una
mis padres y todos, aprendí muchas cosas y
vez dentro de este, escarbó, hurgó y separó
todo eso me va a informar, si pescar algo y me
minuciosamente lo que se llevaría consigo. En-
va a corresponder’, dije yo, y de esa forma em-
contró manzanas y naranjas un poco pasadas,
pecé a arreglar un poco el pastizal, las calles,
todo eso y hasta la hora” (C, octubre de 2000).
componer cantares, no decaer. y si todo eso
Como “limpiador” C se dedicaba no solo a
me acontece yo digo ‘estoy bien’, entonces el
arrancar el pasto, sino que también a recoger y
hombre para qué quiere riquezas”. Agregó que
llevar consigo escombros, neumáticos, fi erros,
“en la Biblia el Señor dice: “Deja oro o plata
envases de vidrio, latas, plásticos, ropa y diver-
y sígueme”, así es que no solo del pan vive el
sos materiales virtualmente reciclables. Un par
de veces incluso lo vi recoger animales muertos que después enterraba. Él decía que por más
ínfi ma que fuese una criatura, en ella había
mentó entre nosotros la confi anza. Él sonreía
vida, por lo que, al igual que los hombres, se
cada vez que me veía llegar y paulatinamente
merecía una sepultura digna. Posteriormente,
se ponía más conversador y animado. Sin de-
observé a C atravesar Avenida Caupolicán des-
círmelo, él me aceptaba cada vez más cerca
de la biblioteca pública hasta la salida sur de
suyo, a la vez que yo comprendía mejor lo que
Temuco, llevando consigo, trotando, un perro
me decía. Disfrutaba escuchándolo hablar de
muerto amarrado a su espalda. Parecía uno más
cuestiones existenciales, las que por cierto se
de los accesorios que portaba consigo (además
fueron transformando en un tema prioritario
de un cuchillo cartonero, una cadena de fi erro
en nuestras conversaciones. La vida la en-
al cuello y pulseras de acero amarradas en mu-
tendía como un proceso en el que el pasado
ñecas y tobillos). El perro era pequeño, llevaba
requiere ser olvidado y en el que el futuro-
el cuello torcido y de su boca corría un delgado
presente debe ser imperiosamente proyectado
hilo de sangre. Lo seguí todo el trayecto hasta
en base a las pautas que él mismo ha creado.
su “aposento” donde le pregunté por el animal.
Salirse de este proyecto implica “caer en de-
Dijo: “este es un animalito que atropellaron y
cadencia”, “desviarse”, “entrar en desvío” o
yo recogí para enterrar. Como este es territorio
dejar de “estar a nivel”. De ser así, el propio
indígena, no puede quedar ahí tendido en la
sujeto y su (precaria) integridad terminarían
calle”. No supe exactamente a qué se refi rió
disolviéndose en el caos de la nada, el sinsen-
C con esto último, pero no me cupo duda que
tido, el absurdo, la decadencia radical.
el hecho de haber recogido el perro muerto y llevarlo consigo para sepultarlo tenía que ver
Para “no desviarse” o entrar al estado
con la visión “espiritualista” desarrollada por
de decadencia, C realizaba oraciones o soste-
él como un mecanismo que le facilita la exis-
nía una comunicación espiritual con Dios o “el
tencia” (Notas de campo, abril de 2001).
Señor”, como él prefería llamarle a lo absolu-to. En esta actividad C empleaba una parte im-
Los “materiales” los recogía tanto para
portante de su tiempo, ya fuese que estuviera
“limpiar la ciudad” como para usarlos él mismo
detenido o descansando, o bien se encontrara
y, en ningún caso, para venderlos, como ha-
caminando o “limpiando”. Si bien nunca escu-
cían otras personas que por entonces también
ché a C decir una oración, sí pude registrar el
frecuentaba. Este hecho, sumado a que C no
uso que él hacía de los símbolos religiosos y los
mendigaba ni tampoco contaba con ningún tipo
contextos en los que los inscribía. “Yo empe-
de apoyo material de nadie, revelaba que él
cé a orar del 93 pa’cá. me sentía tan mal y
no usaba dinero. Y, en efecto, una vez que le
confuso. Oré, oré, oré día y noche y ahora me
quise dar plata me dijo que mejor le comprara
siento otro, digamos con otro semblante, pobre
algo, ya que a él le sería más difícil entrar a un
de bolsillo, pero eso no es todo puh. yo tenía
negocio. Esa vez “conversamos del dinero y su
en el cielo mucha riqueza y eso no era todo,
posición era que él no lo necesitaba puesto que
no ve que en el libro de la Biblia dice el Señor:
todo lo que requería para vivir lo encontraba
‘deja oro o plata o madre o padre y sígueme’ y
“en la ciudad”. Le pregunté cómo podía hacer
‘del comer o del pan no vive la persona’ dice,
eso y si realmente confi aba que la ciudad podía
sino ‘de toda palabra’, dice el Señor, y eso es
proveerle siempre de lo necesario. Con un tono
una verdad que habla los misterios de la Biblia,
muy optimista se volvió hacia mí y dijo: “diga-
las oraciones espirituales y por eso me siento
mos que yo soy un poco prehistórico, como los
otro yo ahora” (C, octubre de 2000).
prehistóricos, pero bien. pienso yo que lo más importante es el don de las extremidades, el
Los “cantares” eran composiciones me-
don del lenguaje, saber orar, hacer oraciones,
lódicas de un tono verdaderamente extemporá-
neo que evocaba un pretérito y un sitio remoto
como vehículo y lugar donde cohabitan el pen-
—contrastando absolutamente con los reperto-
samiento y la espiritualidad. La necesidad de
rios musicales de los otros hombres sin hogar
tener que crear y, por tanto, no permanecer
que hasta entonces conocía—. En 1998 y 2000
inmóvil está asociada, de nuevo, con la idea
conté con la aprobación de C para registrar al-
de que, de no ser así, la persona se disolve-
gunos de sus “cantares”. Estos eran melodías
ría. C sentenció una vez que “si no hiciera un
articuladas en una lengua sin referente cuyos
invento, yo creo que no podría seguir, decae-
tonos y sonoridad —entre gitano y juglar me-
ría, yo creo que la atmósfera me olvidaría”.
dieval— tendían, desde la primera vez que los
Algunos de sus “inventos” consistían en hacer
escuché, a erizarme los pelos. C ligaba directa-
bolsas de género y otros artefactos (hechos a
mente estos “cantares” con el libro bíblico del
su vez de otros artefactos). Asimismo, su ropa
“Cantar de los cantares”. La primera vez que
era mayoritariamente confeccionada por él.
registré un “cantar” de C, le pregunté cómo
En una fotografía de 1998, C lleva una especie
era cada día para él y cómo se veía él en la so-
de coraza armada con diferentes fragmentos
ciedad. Me dijo: “comparto con mi presencia,
de géneros, bolsas de plástico, alambres y ve-
veo las calles y todo eso y veo lo que recojo ahí
getales secos; sus pantalones son de franela
a veces, materiales y veo lugares y digo que
envueltos en bolsas de agroquímicos. Lleva
también tuve relaciones. y ahora que tengo
un zapato de un tipo y otro de otro y en uno
que estar solo. el Señor es una respuesta y
de ellos se asoman los dedos del pie. En otras
solo a Él pido oraciones, siempre, así que cuan-
oportunidades ha llevado adheridas a su ropa
do me voy a acostar hago oraciones y todo eso,
diferentes creaciones: un pequeño cráneo de
así que no puedo estar sin oraciones. El Señor
gato que llevó atado por algún tiempo a su
anda con señales. quizá son señales de Él,
pecho con alambre, o el disco de la cadena de
igual que nazca un chancho, un pequeño ani-
una bicicleta como parte de su coraza. El pe-
malito, distintos fenómenos, una planta o cual-
rro que había llevado atado a sus espaldas era
quier cosa, son señales del Señor, digamos.
visto por él como otro de sus “talismanes”.
esa es la verdad, para que sea construida en
El “transistor de imágenes” o la botellita
oración, siempre fi el a Él porque vino a mí.
con arena que colgó a su pecho, así como las
la era fue muerte, digamos, así que todo eso
“pulseras” y “ropajes”, servían todos a un fi n
dejó en oraciones, en la Biblia, los Apóstoles,
tanto preventivo como terapéutico ligado a la
los Santos, todo eso acontece. Ud. ve que
búsqueda y mantenimiento del bienestar y la
hay millares de iglesias católicas, y yo me doy
Segundo relato. “Vivo ahí, duermo allá”
diversos “materiales”, C se hallaba en con-
diciones de “hacer un invento”. Al defi nirse
60 años oriundo de Quillota, “pero ponle tú
a sí mismo como “sastre”, “artista” (de he-
que no soy de ni un lado” —se apresuraría a
cho su nombre lo tomó de un actor de cine) e
agregar en uno de nuestros primeros encuen-
“inventor”, C me enseñaba que la dimensión
tros—, que llegó a Temuco “sin saber cómo” a
física presente en el “atleta” o en alguien que
comienzos del mismo año. Lo conocí en la fe-
“desarrolla el don de las extremidades” no es
ria Pinto4, en el barrio antiguo de Temuco. Yo
la única que puede asegurar la vitalidad de
andaba haciendo uno de mis recorridos habi-
su ser, sino que también debe considerarse lo
tuales. Era mediodía y ya venía de haber con-
que él entendía como el “don del lenguaje”
versado con un par de “torrantitos”5, ambos
Este es un espacio tradicional de comercio de productos agropecuarios al que concurren diferentes actores sociales, chile-
nos y mapuche, campesinos, comerciantes y compradores provenientes de sectores y localidades rurales aledaños y de la
propia ciudad. Hay en él un terminal de buses rurales, la estación de ferrocarriles, supermercados, tiendas comerciales,
mayoristas y minoristas, ferreterías, tiendas de ropa usada, bazar —conocido como “feria de las pulgas”—, cantinas y
restaurantes. En fi n, uno de los escenarios que el etnógrafo de las formas marginales del Temuco de hoy (y de ayer) está
El “torrante” o “atorrante” constituye una categoría nativa con la cual se designa a los “moradores de la calle” que
presentan un estado de deterioro físico-psíquico y exclusión social. El torrante sin hogar encarna una identidad social y
corporal desacreditada —aunque no plenamente privada de la posibilidad de su restauración—, basada en la frustración y
fi nados hoy en día. Cuando lo vi por primera
porque estemos en la calle vamos a ser mal
vez, estaba de pie en un paradero de colecti-
educados o a andar como los animales”, era
vos de Barros Arana. Me llamó la atención que
una conciencia entre algunos hombres que co-
estuviera murmurando y que llevara una bolsa
nocí. Como sea, comió en silencio, no habló
con un cuaderno. Lo observé durante un par
con nadie y se repitió el plato. Cuando nos
de minutos desde el otro lado de la calle. Has-
fuimos de allí, caminamos bastante. Partimos
ta ese momento no tenía todavía más indicios
de la feria y llegamos a 18 de Septiembre, en
sobre su posible condición. De pronto comenzó
plena Avenida Alemania. En el trayecto él se
a registrar el basurero del paradero. Esa ac-
fue inspeccionando los basureros. Ese hecho
ción estimuló mi deseo de cruzar a hablar con
me provocó risa y a la vez vergüenza: preci-
él. Cuando me acerqué a su lado, P tenía sus
dedos untados con yogur. Hablamos un poco
y simbolizamos la presencia en la ciudad de
mientras seguía untando sus dedos en el yogur
gente como P. Sin preguntarle qué hacía, ad-
y llevándolos hasta su boca. Le hice algunas
vertí que andaba en busca de revistas. Recogió
de las típicas preguntas que solía hacerles a
una revista publicitaria de modas y otra “Muy
las personas con las que buscaba entablar re-
interesante” manchada con café. Le pregunté
lación, cómo se llamaba, de dónde era, por
si esas revistas tenían algo que ver con el cua-
qué estaba ahí, etc. Muchas de sus respuestas
derno que llevaba guardado entre sus ropas.
eran contradictorias, decía una cosa y luego
agregaba otra de índole muy diferente, o afi r-maba y a la vez negaba lo que decía. Hablaba
Al otro día P era uno de los primeros en
muy rápido, como si por mucho tiempo hubie-
la fi la para obtener almuerzo en el “comedor
ra mantenido asfi xiadas las palabras y estas
comunitario”. Me sorprendió, pues, a juzgar
quisieran salir de una vez por todas de su boca
por el día anterior, no esperaba encontrarlo
sin más dilación. De todas las cosas que dijo
ahí. Igualmente me causó gracia que llevara
en esa oportunidad no capté sino unas pocas:
atado un palo a la cintura. Nos saludamos y
que tenía hambre, que no sabía dónde le po-
hablamos brevemente. En el almuerzo volvió
dían dar comida, que dormía en cualquier par-
a ser amable y agradeció que le dejaran repe-
te y que en su cuaderno tenía escrito algo así
tirse. Parecía no escuchar a sus pares, algunos
como “el código de espina”. (Con estos an-
de los cuales se habían insultado y vociferado
tecedentes supe que estaba ante uno de los
mientras hacían la fi la de espera. Le pregunté
“elegidos” para continuar mi trabajo.) Con-
qué había hecho después de nuestro encuen-
tando con su aprobación, en esa oportunidad
tro y me dijo que se había ido a descansar. No
lo llevé a un lugar en que le dieron almuerzo
supe dónde exactamente, pero señaló un sitio
(y al que posteriormente seguiría asistiendo).
lleno de escolares. Intuí que debía tratarse de
Una vez allí, debió pasar por la entrevista de
algún lugar cercano a algún establecimiento
la asistente social y en seguida hacer una fi la
educacional, de manera que, si dormía allí, ya
junto a otros “peregrinos”6. Dentro del come-
tenía una idea de dónde ir a buscarlo en otra
dor observé que P era del grupo de los que
tenía “buenos modales”, como algunos allí de-cían. (Este hecho se contraponía a la conducta
de tomar con los dedos un yogurt encontrado
cuaderno y del “código de espina”, me explicó
en un basurero.) Se referían así no solo a los
que, escribiendo una frase, y abajo poniendo
modales en la mesa sino, en general, a una
el código correspondiente —que solo él cono-
actitud modelada por la educación cívica. “No
cía para cada caso—, él podría saber quién era
la resignación frente a “quedar afuera”, la obstinación y el autoabandono a conductas socialmente reprochables, siendo la
principal de ellas, en el caso de los “torrantes” de Temuco, la de beber alcohol en exceso. En la etnografía de las carreras
marginales de personas sin hogar (Berho, 2000), advertí la incidencia de este aspecto en la emergencia y/o modifi cación
de otros atributos y actitudes psicosociales.
Categoría nativa usada por los agentes institucionales del Hogar de Cristo para referirse a la población de “moradores de
la calle” que habitualmente atienden. Este término ha sido reemplazado en la actualidad por el de “tío”.
La experiencia del trabajo de campo hasta ese momento me había enseñado que la mejor manera de establecer los lugares
de pernoctación de las personas era buscándolos al amanecer o a medianoche. Asimismo, había corroborado que el mejor
momento para hablar con algunos de ellos, sobre todo con los “torrantes”, era en la mañana, especialmente si de por
medio había un café y un sándwich.
yo y mi acompañante. Era de noche. Estába-
la jubilación”— y que en la actualidad [primer
mos en los “puestos” (locales) de la feria. Más
semestre de 1998] no cobra, los documentos
allá de nosotros pasaba un grupo de jóvenes
que él no fi rmó y los que sí fi rmó; [.] enga-
“voluntarios de calle” —de los primeros que se
ños y [.] tergiversaciones (¡no se de qué dia-
formaba en Temuco—. Hacía un poco de frío,
blos!); los términos en que se efectuaron unas
pero el ambiente parecía grato y seguro. P no
posesiones efectivas; [.] [Asimismo,] parece
paraba de hablar: de una camioneta doble ca-
estar profundamente obsesionado con tarje-
bina azul, de un joven, de una señora. Tras
tas de crédito, cuentas bancarias, números
escribir algo en un papel que pidió, sin usar
de series y de cuentas, códigos de barra, fi r-
su cuaderno, puso sus dedos en aquel, lo tocó
mas y rúbricas, sellos y timbres de documen-
y murmuró. luego dijo que yo era “Efraín”
tos y papeles (Berho, 1998b: 50-51). En otro
y que mi acompañante era “Francisco”, agre-
momento (1999) escucharía hablar con igual
gando que yo tenía que estudiar arquitectura.
o más vehemencia a P sobre antenas, rada-
De este mismo modo afi rmó haber alcanzado
res y transistores. Por entonces, como se dice
conocimiento de su enfermedad —más preci-
vulgarmente, hablaba con locura de algunos
samente del “mal” que le hicieron—. Así pudo
saber y darse cuenta que él tenía los órganos cambiados. “Cómo es eso?” —le pregunté—.
“Así es puh, tengo el pulmón de uno, el hígado
lles de Temuco, el aspecto de P cambió noto-
de otro y así. Eso, advirtió, quiere decir que
riamente. Sus barbas y cabellos crecieron visi-
no estoy completo todavía.” (Notas de cam-
blemente en un lapso de seis meses. Su tez y
su contextura han cambiado. En ese intertanto se ha vuelto más moreno y enjuto. Sus manos
se curtieron del polvo de la ciudad y de todo
“código” cada tanto, comprendí que para él
lo que pasa por ellas. Por entonces, se sometió
cualquier acción que emprendiese podía de-
a P a una entrevista psiquiátrica a partir de la
pender de los “códigos de espina”, una espe-
cual se estableció un primer diagnóstico que,
cie de oráculo para prepararse ante cualquier
junto con otros elementos sociales y técnicos,
eventualidad o situación vital e incluso llegar
posteriormente ayudarían a que P saliera de
a saber el nombre de alguien o el estado de
la calle. En la ocasión estuvo encendido, se
su propia salud o la de otro. Más allá de la
hizo el simpático y gracioso, aunque en gene-
certeza o demostrabilidad de sus enunciados
ral creo no fue muy colaborativo con la “doc-
y de que hablara sin parar y sin saber si me
tora”. De todos modos, a nosotros nos brindó
escuchaba o no, aprendí a reconocer algunos
nuevas versiones de situaciones, momentos y
temas recurrentes en su discurrir lingüístico.
procesos que había vivido y que seguían sien-
Persistía en hablar sobre situaciones antes
do actualizados por él cada vez que volvía a
vividas, sobre épocas en que él trabajaba en
hablar de ellos. Se refi rió a una situación con
una planta, en la fábrica o en la industria,
los carabineros de Quillota, al parecer duran-
cuando vivía en Quillota. Recordaba gente,
te los años de Frei, la enfermedad que sufre,
nombres de calles y lugares; situaciones, es-
la vez que lo llevaron en ambulancia a Putaen-
cenas, cuadros vividos traídos al presente a
do. Opinó sobre momentos históricos vividos,
través de un recuerdo retorcido —“unos hom-
nombró a los presidentes de Chile que han go-
bres me vinieron a buscar en una camioneta,
bernado el país aproximadamente durante los
Chevrolet doble cabina. de ahí me llevaron,
últimos treinta años; relató por qué llegó a
me sacaron de la fábrica. de ahí yo anduve
con unos jóvenes que me preguntaban si tenía el papelito.”—; experiencias homosexuales;
viajes a Valparaíso, a San Felipe, a San Pedro
transcribo su voz: “Por represalia, por repre-
y a otros lugares; la llegada de su enfermedad
salia, porque resulta parece que este caba-
y la naturaleza de la misma —“empecé a ver
llero se le olvidó allá, porque yo había per-
amarillo”, “lo mío es un mal que me hicieron.
dido. se me había hecho tira el papel de la
Por la mente me dijeron que mi casa está em-
jubilación. entonces yo fui para allá y me
brujá y que todos tienen que irse de ahí”—; la
dio alojamiento y todo. faltaba que me die-
jubilación que le hicieron —“Pinochet me dio
ra mujer nomás. pero entonces yo sabía por
la mente que el joven mayor parece que iba
Lautaro, en el centro. Si no estaba sentado,
por ahí y los otros lolos iban después y hacían
hablando solo, lo veía raudamente surcando
el amor. entonces fui para allá y estábamos
calles, murmurando y deteniéndose a veces
en el comedor y estábamos conversando los
a escribir algo. Seguía siendo abstemio. Y to-
dos solos, estábamos ahí en el comedor y en-
davía “transmitía” sobre cuentas bancarias,
tonces yo le dije a él cómo tenía que decir
códigos de barra, códigos de identifi cación,
porque no sé si sabía, porque le dije ‘oye’.
cédulas de identidad, y un sinfín de elementos
le conversé que. por ejemplo si yo quería
de la cultura moderna en los que parecían ha-
que él me haga el amor a mí yo no tengo que
berse quedado suspendidos algunos episodios
decirle a él. Eso le dije a ese niño, entonces
de su historia más o menos cercana. Símbo-
se entusiasmó y me dijo “bueno”. pero re-
los que remitían a no presencias, a problemas
sulta que eso es feo, ese caballero, padre o
irrevocables sin solución, a fracturas y huecos
madre, llevan para allá a uno como allegado
biográfi cos. Como por entonces en realidad ya
y no es mujer, puh, no es mujer.” (Entrevis-
no valía la pena que le preguntara algo porque
ta psiquiátrica a P, junio de 1998). Esa misma
él hablaba y hablaba, prácticamente sin escu-
vez admitió que antes oía voces y que en el
char, decidí que cada vez que me encontrara
presente a veces también le pasa. Afi rmó que
con él simplemente lo dejaría hablar9.
era feliz como estaba, “vivo por ahí, duermo por allá”. Por entonces, si bien era consciente
de no tener dinero, no lo era mucho respecto
que él hacía cuando iba a dormir a Los Tra-
de la situación de carecer de otros medios de
peros, y ya había cierta confi anza entre no-
subsistencia. La “doctora” corroboró lo que el
sotros, un día se apareció por allí tocando el
sentido común había nombrado desde el prin-
timbre. Esa tarde P calzaba unas botitas va-
cipio con la palabra “locura”. Dos días antes
queras color cobrizo, puntiagudas y con taco.
de la realización de esta entrevista P había co-
Los pantalones los llevaba medio arremanga-
menzado a dormir en Los Traperos, uno de los
dos hasta los tobillos, de manera que dejaban
dos refugios que entonces había para soportar
ver el largo de las botas. Encima de la parka
el frío y la lluvia del invierno local8.
llevaba una capa de una tela semiimpermea-ble que había atado a su cuello. Llevaba pues-
to el gorro de la parka. Sus barbas largas le
a comer al Hogar de Cristo y prefería dormir
daban un efecto casi mágico, como si de pron-
en los “puestos” de la feria Pinto antes que ir
to fuese a sacar una bola de cristal o un co-
a Los Traperos. Parecía sentirse bien. Se re-
nejo de sus ropas. Llevaba además una bolsa
lacionaba con los “feriantes” (dueños de los
con pescados que le habían dado en la feria.
puestos comerciales de la feria). Trabajaba
Esa vez, mientras compartimos una taza de té
para tres de ellos guardando la mercadería y
y pan, P acompañaba todo lo que decía con un
lo hacía bastante bien. La gente le daba fruta,
gesto tan divertido y decidor con el momento
pescado o dinero y le convidaban agua cuando
que vivía. Cada vez que emitía frases llevaba
pedía. Al igual que C, seguía siendo un NN (o
hasta su boca alguna de sus manos poniéndola
indocumentado). A veces no olía nada bien. Su
de tal forma que simulaba ser un altavoz. A
contextura física se mantenía, no había baja-
su juicio, esa conducta respondía a que el vo-
do de peso, como era el caso de otras per-
lumen de su voz había bajado y requería por
sonas en igual situación. Seguía siendo bueno
tanto ser amplifi cado. Desde entonces nunca
para caminar. En todo ese tiempo me lo había
más se supo de su cuaderno. Simplemente lo
encontrado en muchas partes: en la Avenida
había perdido y ni siquiera lo recordaba. El
Alemania, en Caupolicán, en la Plaza de Ar-
contenido de ese cuaderno eran ilimitadas se-
mas —donde varias veces lo encontré hablan-
ries de letras y números que ocupaban todo
do solo a las ocho de la mañana—, en la Plaza
el espacio; también había textos, especies de
No es casualidad que la única hospedería que por entonces había en Temuco, Los Traperos de Emaús, recibiera y siga reci-
biendo más población que la que puede dar abasto durante los meses de invierno, desde junio a agosto.
Siguiendo este principio no solo me fue bien con P, sino con la mayoría de las personas que viven en la calle que he cono-
cido en Temuco. Queda pendiente aún el análisis del silencio y la escucha en la construcción del contexto etnográfi co y
su relación con otras dimensiones confi guradoras (como la temporalidad, la violencia y el trauma), en la etnografía de la
poemas, antipoemas, pensamientos, antipen-
seguía con los pastores en Padre Las Casas, en
samientos. En una de las pocas oportunidades
que tuve de ver su cuaderno rescaté frases como: “La banca se me rompió”, “La casa
La identidad marginal extrema en la ciudad
está embrujada / Yo estoy en el cielo / y no vuelvo nunca más”.
contienen algunos elementos que ayudan, por
un lado, a retratar a las personas que viven
para personas sin hogar. De uno de ellos P ter-
en la calle desde un punto de vista antropoló-
minaría siendo uno de sus residentes más que-
gico explicitado (Berho, 2003b; Berho, 2005);
ridos. Allí comenzó a experimentar evidentes
y por otro lado, a abrir el diálogo con los no-
cambios. Fue objeto de atenciones especiales
marginales y coparticipar en la producción y
por parte de sus encargados, quienes hicie-
disputa simbólica de concepciones y prácticas
ron de él una especie de emblema de lucha,
concretas sobre los “moradores de la calle” en
persistencia y compromiso. Ellos lo llevaron al
tanto categoría social límite. Al verlo así, la
médico y P inició un tratamiento psiquiátrico.
etnografía se transforma en un esfuerzo inte-
En el hogar fue amado por su pasividad y do-
lectual de doble salida. Al explorar, penetrar
cilidad, la que en su momento atribuimos a la
y transitar por las diferentes densidades de la
medicalización a la que fue sometido por su
vida social y la cultura local (y nacional) en
desequilibrio. En efecto, tras un par de meses
que tienen lugar las experiencias de los “mo-
en el hogar, P dejó de “delirar”, dejó de hablar
radores de la calle”, el etnógrafo no solo de-
solo y de levantarse a medianoche a caminar
sarrolla la misión cognoscitiva que tradicional-
—como había ocurrido a su llegada—. “Era te-
mente se le ha encomendado en el ámbito de
rrible como andaba aquí en la noche, quería
la disciplina, sino que también se ve inmerso
irse, teníamos que sujetarlo entre los dos. Se
en tramas socioculturales en las cuales debe-
levantaba como sonámbulo y decía groserías,
rá desempeñar un papel diferente que pau-
no hallábamos qué hacer con él cuando lo tra-
latinamente irá aprendiendo a desplegar, sin
jimos” —me contó una vez la encargada del
desperfi larse de la trayectoria intelectual que
lugar—. Pienso que fue neutralizado con los
precede a su trabajo y en el que la posibilidad
“remedios”, si no, no hubiese perdido el áni-
de participar del diálogo social, político y cul-
mo para levantarse, llegando a pasar una bue-
tural de la sociedad dominante se torna un de-
na parte del tiempo acostado. La primera vez
safío ética e intelectualmente ineludible. Así,
que lo fui a visitar no me reconoció, a pesar de
lo que sigue constituye un relevo interpretati-
que parecía hacer un enorme esfuerzo abrien-
vo orientado a destilar algunas cuestiones en
do sus grandes ojos celestes para mirarme. Su
torno a dos aspectos signifi cativos: el proceso
cara estaba infl ada y sus poros exudaban las
de confi guración de la identidad de las perso-
toxinas del Tonaril, el Haldol y otros ungüentos
nas sin hogar en relación con el espacio de la
de la farmacéutica con que se medica a los en-
ciudad y algunas de las representaciones so-
fermos de esquizofrenia en los hospitales chi-
ciales dominantes en torno a aquellas.
lenos. Leía un poco la Biblia y participaba en los cultos que se hacían en el living del hogar,
pero no tenía su espíritu puesto en nada de
de reconocer la existencia de una lógica de
eso, al menos no como antes. Con el tiempo se
la ubicuidad relativa a la forma de habitar y
iría restableciendo y podría hacerse cargo de
simbolizar el espacio. Nuestra hipótesis es que
algunas pequeñas tareas y deberes al interior
tanto los desplazamientos como las prácticas
del establecimiento: barrer, picar y acarrear
que en ellos se despliegan, así como los moti-
leña, hacer algunas compras, cuidar los hijos
vos y concepciones que subyacen a los mismos
de los encargados, entre otras. Trascurrido un
son la expresión de identidades particulares,
tiempo, sus cuidadores se transformaron en
hijas de un proceso de desacoplamiento so-
sus “apoderados” legales. De esta manera,
ciorrelacional y de una construcción de las
como exige la ley de discapacidad en Chile,
inscripciones subjetivas e intersubjetivas que
pudieron hacerse ofi cialmente cargo de él y
solo se da a través de una serie de fases analí-
de su pensión como “discapacitado psíquico”.
ticamente discernibles. ¿En qué consiste este
Desde el 2003 que no lo he visto. Supe que
proceso? ¿Cuáles son los momentos más rele-
vantes que lo caracterizan? ¿De qué modo la
de la población había llegado a la calle debi-
ciudad se hace parte de este proceso y este a
do a alguna crisis vital o a hechos biográfi cos
su vez de la ciudad? La etnografía de las tra-
de honda repercusión psíquica, experiencias
yectorias marginales aporta el material básico
en todos los casos más o menos intolerables:
para visualizar los hitos y delinear el proceso
enfermedad, muerte de seres queridos, sepa-
ración conyugal, quiebre económico. Las vi-vencias y sentimientos que acompañan este
proceso parecieran ser correlativos con el
re operar la persona concierne al modo como
nivel de estructuración del respectivo perfi l
resolver las necesidades básicas. Una vez sin
identitario entre las personas. En este marco,
hogar, la persona debe enfrentar cada día la
las acciones de C y P adquieren consistencia
cuestión de la alimentación y la bebida, la pro-
propia10. La adquisición de un estilo de vida
tección, el abrigo, el descanso y la seguridad.
marginal implica básicamente el desarrollo de
Es más, debe decidir qué hará si no quiere mo-
estrategias de sobrevivencia —entre las cuales
rir. La persona descubre lo imperioso que es
las económicas solo constituyen un tipo más—
que la necesidad sea cubierta. Descubre tam-
y la resignifi cación de la calle, las experien-
bién que para que así sea debe modular su con-
cias de desvinculación y el sí mismo. “Durante
ducta al entorno de “la calle”. Esta comienza
la fase [que denominé] de desvinculación la
poco a poco a convertirse en un territorio para
persona experimenta una sensación de vulne-
vivir de donde es posible extraer (casi) todo
ración de su integridad que lo lleva a desarro-
lo necesario para sobrevivir. La situación de C
llar una serie de estrategias de autoprotección
es muy indicativa de esto, al punto de confi -
sin las cuales el mundo inseguro de la calle
gurar una preferencia por hacer de la calle su
sería prácticamente imposible de ser vivido
hogar. Algunas personas, como P o C, parecie-
y menos llegar a convertirse en un territorio
ran resignarse plácidamente a vivir sin hogar,
existencial. Así, durante la fase de vulnera-
mientras que otras experimentan sendas crisis
ción de la integridad la persona experimenta
emocionales que solo alivian momentáneamen-
las consecuencias directas de su proceso de
te embriagándose, fantaseando o alienándose.
desvinculación del mundo de la vida social (fa-
Otros sienten deseos de morir o de acabar con
milia, amistad, trabajo tradicional), así como
la vida que llevan. Pueden ser muy críticos ha-
de los sistemas sociales (asistencia social, sa-
cia la sociedad o ni siquiera presentir sus en-
lud, protección social): reproche y rechazo
trelazamientos. Durante esta fase las personas
social, desprotección y exposición a las vio-
experimentan la discriminación social ligadas
lencias urbanas de todo tipo (de los pares más
al cambio de su apariencia y conducta. Es lógi-
jóvenes o más fuertes, de los sistemas de con-
co pensar que todas estas experiencias surtan
trol social, de las pandillas juveniles, inclu-
profundos efectos sobre la confi guración de la
so de los perros)” (Berho y Samaniego, 2005:
identidad social y subjetiva o que, más bien,
109). Las estrategias económicas, en tanto, se
este proceso esté íntimamente conectado con
caracterizan —como vemos en el relato de C y
la adaptación que debe experimentar la perso-
en parte en el de P— por desafi ar los cánones
na en un sentido total, prácticamente ontológi-
ligados al mérito y la iniciativa productiva del
co. Sin poder determinar aún claramente como
capitalismo liberal. Más aún, C enseña que es
todo esto ocurre, podemos afi rmar que lo que
posible vivir fuera del capitalismo: en verdad,
está en juego es la consistencia relacional y el
En relación con la resignifi cación de
la calle como territorio existencial, observa-
cada trayectoria se va haciendo de diferentes
mos que esta es una afi rmación que hacen, en
materiales vitales y en ella están implicados
general, quienes ven en la calle un contexto
actores, contextos y experiencias diversos en
que, a pesar de su violencia, acoge a los más
cuanto a formas y contenidos. En otra opor-
desposeídos. “La calle es mi madre” —me se-
tunidad (Berho, 2000), noté que la mayoría
ñaló una vez E, un “torrante” hoy fi nado—. La
Me aventuraría a señalar que si la persona ha soportado las fases de ruptura inicial y la de consecuente desmembramiento
o desafi liación socioafectiva y socioeconómica advertida por otros especialistas (Cabrera, 1998; Castel, 1999), entonces la
persona está dispuesta a la adquisición de un estilo de vida marginal.
calle, en este sentido y a pesar de todo lo que
era para C un espacio de apropiación creativa
podemos imaginar los que no vivimos en ella,
en la que se podía encontrar, más allá de toda
es resignifi cada como contexto de estabilidad,
su riqueza y desigualdad, lo necesario para
como un territorio que tiene su propio recorri-
vivir y dotarse de una identidad idiosincrási-
do: con una partida, una estancia, planicies,
ca. Un sitio en el que dejar inscrito su paso
pliegues y un fi nal. La seguridad que prodiga
efímero, marcado por el ritmo de la conver-
la madre, la calle también la puede dar. Como
sación interior. Para P, en tanto, la calle era
C sabía y como P tuvo que aprenderlo: es cosa
ese escenario en el que bullían fragmentos de
de saber dónde buscar, a quién recurrir, a qué
una cultura indescifrable, de la cual él pare-
horas producir los desplazamientos, cuándo y
cía irse desprendiendo cada vez más, no para
cómo entrar en escena y cuándo y cómo re-
retirarse a vivir en la soledad sino para distan-
tirarse. Esto solo cobra real signifi cado entre
ciarse de su semántica, sus lugares comunes y
quienes han alcanzado un conocimiento de la
su atosigante serialidad y replicabilidad. Las
vida en la calle, es decir, tras haber vivido a
estrategias de sobrevivencia trascienden aquí
la sombra de esta, cobijándose en su seno del
las necesidades biológicas: el yo es a fi n de
frío y la lluvia, comiendo de su comida, be-
cuentas lo que mayormente deberá proteger
biendo de sus líquidos. Con el tiempo pare-
quien hizo de la calle su hogar. Nuestro análisis
ciera diluirse la sensación de inseguridad que
sugiere que, entre otras prácticas, la locura,
la calle produce en los iniciados, lo que no
el silencio, el ocultamiento, la evasión física o
quiere decir que la calle no sea insegura. Por
mediante sustancias, constituyen mecanismos
esto es que coincidimos con Robert Desjarlais,
que permiten asegurar la vida en estas condi-
quien considera la calle como “un dominio so-
ciones y, en este sentido, pueden entenderse
ciogeográfi co que modela una forma de vida
específi ca y ciertos marcos de entendimiento” (Desjarlais, 1997: 120; traducción libre).
Se podría pensar que los casos elegidos
no son para nada típicos y que, con ellos, el
etnógrafo no estaría ofreciendo sino cuadros
el suelo donde pisan habitualmente los “mo-
efectistas y subjetivos del mundo de la mar-
radores de la calle”, sino que es también el
ginalidad extrema, en lugar de descripciones
lugar de la copresencia de y la cohabitación
detalladas de totalidades. Es perfectamente
con otros individuos (transeúntes, consumi-
posible que así ocurra si el etnógrafo no ha
dores, ciudadanos, pobladores). En este mar-
tomado antes una posición. Personalmente
co, la calle es simbolizada de dos maneras:
diría que los casos fueron elegidos en tanto
1) como si se tratara de un territorio prístino
casos extremos de “sin-hogarismo” en tanto
que se debe descubrir y nombrar y en el cual
una forma de experiencia límite. En estos ca-
cada cual se sustrae más o menos de su histo-
sos, además, se apreciarían diferencias en los
ria pasada para mimetizarse en el cemento,
modos de habitar y simbolizar la ciudad y a
los sitios eriazos, las construcciones abando-
través de ellos, asimismo, sería posible revisar
nadas, los lugares liminales y los no lugares. 2)
y repensar algunas opiniones y nociones comu-
Como un territorio cuyas riquezas han sido ya
extraídas y que, por efecto del tiempo, vuel-ve a alcanzar el estatus de potencia benevo-
lente, por lo que requiere ser redescubierto
dinero, encontrar abrigo o refugio, comida
y vuelto a nombrar. Estas dos formas pueden
gratuita o por poca plata, son conocimientos
confl uir entre sí y son las que explican el en-
pragmáticos que sugieren que los “moradores
tendimiento que hacen de la calle quienes la
de la calle” no son individuos más o menos
habitan. De este modo, coexisten nociones de
fantasmales que divagan por la ciudad deli-
la calle como contexto existencial, es decir,
rando o sin ningún rumbo fi jo, como podría-
a la vez como espacio en que deviene la vida
mos aducir del caso de P. Porque precisamen-
y la muerte y como fuente de consistencia o
te P buscaba donde pernoctar o conseguir
borramiento vital en el que es posible regis-
ropa, comida y agua es que su mundo, por
trar relaciones más o menos estandarizadas,
más delirante que pueda parecer a través de
contingentes y azarosas de benevolencia, indi-
su verborrea y expresión escrita, no era com-
ferencia, silencio, abuso y violencia. La calle
pletamente ajeno a algún tipo de orden, a
alguna distribución de la actividad cotidiana
posibilidad alguna de comunicación intersub-
en tiempos, en desplazamientos espaciales,
jetiva? Las principales ataduras que en estos
a algún sistema de digresiones discursivas so-
casos pueden existir parecen ser fi nalmente
cialmente concebido como desequilibrio, el
de orden lingüístico. Todo lo que se dice bus-
contramundo frente al mundo. En el caso de
ca hacer comprensibles estados y procesos del
C, se desarrolla una apropiación del espacio
mundo, de la subjetividad y los otros, por más
urbano que es coherente con las concepciones
inverosímiles, erráticos e incoherentes que
subjetivas en torno a la función social auto-
nos parezcan esos discursos. Por último, suele
asignada del marginal en la ciudad. Su mundo
asociarse la libertad con la movilidad geográ-
depende de una construcción simbólica sus-
fi ca, con el nomadismo. Ni C ni P nos sirven de
tentada en creencias y concepciones en la que
mucho para demostrar esta asunción11. En todo
parece existir una armonía entre las máximas
caso, la diversidad del mundo de las personas
de vida religiosa y los actos concretos. Se tra-
que viven en la calle ofrece esta posibilidad a
ta de una vivencia límite que da origen a una
través de la categoría de los “caminantes”12.
forma de sobrevivencia creativa en la que se
De este modo, podría decir que las experien-
condensa la actividad simbólica y que obliga a
cias límite de los “moradores de la calle” pue-
relativizar nuestros conceptos de lo deseable
den desplegarse en movimiento —como entre
así como de lo puro-impuro, lo limpio-sucio, el
los “caminantes”— y, de allí, dar lugar a la
sensación de libertad que ese estado podría suscitar; o bien que pueden estar ancladas a
La libertad es otro atributo adscrito a las
un único lugar en el cual queda inscripto el
personas que viven en la calle. Esta opinión es
anonimato y la desafi liación relativa de cada
recurrente incluso entre los etnógrafos, pero
uno. Así, si mantenemos la idea de homologar
es muy común encontrarla en ciertas repre-
“vagabundos” con “caminantes”, tendríamos
sentaciones idealizantes que ven en el “vaga-
que señalar que a estos se han sumado hoy día
bundo” a una fi gura totalmente desarraigada
otros, más arraigados o sedentarios.
y sin ataduras relacionales, así como profun-damente ajeno a las pesadas estructuras ma-
Breve excurso de la etnografía de los “mora-
teriales que gobiernan la vida social, política y
dores de la calle” en Temuco
económica de la sociedad moderna. La inves-tigación empírica de este aspecto nos muestra
Cuando a fi nes de 1997 inicié el “estu-
más bien que tal desconexión absoluta es poco
dio sustantivo del estilo de vida de una clase
probable, aunque hay excepciones. El caso de
marginal de personas” como las que acaban de
C es un extremo y una paradoja, por cuanto
ser presentadas (y muchas otras), intuía que
para vivir él necesita lo que otros desechan.
se me impondría “una tarea tan densa como
Su relación con la sociedad está mediada por
cuando uno debe enfrentarse a una cultura
su relación con los desechos urbanos. Así, él se
extraña” (Berho, 1998a: 38). Una década des-
relaciona con lo que la sociedad arroja, asu-
pués veo ese objeto de estudio como parte de
miendo el compromiso de recoger y “limpiar”
un campo de relaciones y signifi caciones huma-
la ciudad. La resonancia semiótica del delirio,
nas complejo en el que las experiencias per-
en tanto, también puede interpretarse como
sonales de “vagabundos”, “caminantes”, “to-
una forma de liberarse de los formatos hege-
rrantes”, “profesionales” y “alucinatorios”13
mónicos del discurso, o como parte de una in-
se encuentran indisolublemente ligadas a los
frapolítica inconsciente para el propio agente.
procesos sociales y subjetivos que acompañan
De cualquier forma, ¿qué libertad puede ha-
y condicionan material y simbólicamente las
ber allí donde hay ausencia de reciprocidad o
suertes individuales. En este marco, la et-
Probablemente pudo valer al comienzo de las “carreras” de cada uno, cuando ambos vivían en otras regiones y en el
trayecto a Temuco tuvieron conductas nómades. Mas este hecho no establece por sí mismo la especifi cidad identitaria de
El caminante constituye una endocategoría presente especialmente entre personas que viven en la calle, jóvenes —me-
nores de 40 años—, cuya principal característica consiste en la movilidad geográfi ca que los identifi ca. Comparten con los
“torrantes” la adicción al alcohol y el desarrollo de prácticas como la mendicidad (o “macheteo”) y el uso de los espacios
Categorías etnográfi cas levantadas y reconstruidas permanentemente por el autor desde 1998.
nografía de las personas viviendo en la calle
implica el extrañamiento cognoscitivo frente
grafía de las personas que viven en la calle y
a la propia sociedad y cultura del etnógrafo,
su mundo y esto es a lo que el etnógrafo está
reafi rmando la tesis de que su estudio impo-
llamado a descubrir detrás de las observacio-
ne la densidad simbólica de la acción humana
nes y las vivencias compartidas en el campo
de la misma manera que lo puede constituir
con los “otros”: los contrastes, las irregula-
la experiencia de enfrentarse a una cultura
ridades, las asimetrías, hiatos y antinomias
extraña14. Afi rmar que “no todas las personas
de una sociedad que se autocomprende como
de la calle son iguales” me resulta hoy en día
moderna, pero en la que el individualismo
una obviedad; los “voluntarios de calle” saben
abstracto y la igualdad jurídica son solo anhe-
mejor que nadie que es así. El problema es
los que enceguecen el futuro sin poder fundar
construir conceptualizaciones antropológicas
aún relaciones menos desequilibradas. Así, el
de los fenómenos. Es decir, conceptualizacio-
conocimiento etnográfi co no solo se funda en
nes que, desencapsuladas de los marcos cog-
la relación de campo con “otros”, sino que lo
noscitivos y sociales particulares, contribuyan
hace en función de las diferencias y contrastes
a la ampliación del entendimiento de la ac-
que el observador es capaz de visualizar y ha-
ción y el discurso humano15. De allí que consi-
cer inteligibles respecto de su propio mundo
dere que la etnografía es más que un instru-
material, cognoscitivo y simbólico16.
mento metodológico para registrar y exponer textualmente la realidad social y desarrolle la
Bibliografía
idea de la etnografía como el enfoque teórico metodológico más importante de la antropo-
BERHO, M. (1998a), “Esbozo para una etnogra-
logía sociocultural. Lo que nos permite saber
fía del vagabundo”. En CUHSO, 4 (1): 38-43.
qué investigar y cómo hacerlo y también lo que podemos escribir y cómo escribirlo. Es
BERHO, M. (1998b) “Condición sociocultural
también una actitud frente a los hechos, a las
del vagabundo adulto en Temuco, con fi nes de
ideas teóricas y los métodos ortodoxos. Una
reinserción social”. Centro de Estudios Socio-
posición frente al sentido común y el marco de
valores del cual todos, sin excepción, arran-
BERHO, M. (2000), “Una carrera hacia los bor-
camos para hacer nuestras investigaciones: la
des de la sociedad”. En CUHSO, 5 (1): 45-56.
que me lleva a hablar de “moradores de la calle” en lugar de “vagabundos”; la que me
BERHO, M. (2002), “Identifi cando personas con
exhorta a hacerle más caso a los hechos y en
discapacidad social. Informe de una experien-
ese marco a hablar de “marginalidades” en
cia de funcionarios del Servicio de Registro
vez de marginalidad a secas y la que me con-
Civil e Identifi cación de Temuco”. Dirección
duce a pensar, sin duda, en los “vagabundos”,
Regional de Registro Civil e Identifi cación, CES
los desahuciados de la sociedad, los ancianos
abandonados, los “torrantes”, los “discapaci-tados” pobres, en una palabra los excluidos
BERHO, M. (2003a), “Perfi les socioculturales
de la sociedad nacional, como representantes
de personas sin hogar. Informe de sistemati-
de una categoría límite dentro de lo que pa-
zación”, Programa de Apoyo a Personas Aban-
reciera ser un proceso alterno y contrario al
donadas en la Calle, DIDECO-Municipalidad de
“desarrollo” y al progreso social.
Temuco, Centro de Estudios Socioculturales, Universidad Católica de Temuco.
La etnografía del mundo de la vida de las personas que viven en la calle me condujo a la etnografía del marco de interac-
ciones cotidianas de la persona y sus inscripciones simbólicas y colectivas y, de allí, al campo —si se quiere— más opaco de
la sociedad y la cultura de los no marginales, sus relaciones y signifi cados hacia los “moradores de la calle”. Comienzo a ver
la marginalidad como una cualidad relativa, como un proceso, en el que también se pueden visualizar tipos, tendencias o
patrones de variadas índoles coexistiendo. Esta coexistencia fue analizada inicialmente (en Berho 2003b, op. cit.) respecto
del modo como tres tipos institucionales diferentes conciben a las personas e interactúan con ellas.
Creo que aún no hemos podido construir y ofrecer explicaciones generales que, sin perder de vista la peculiaridad del
objeto, avancen hacia una mayor comprensión del mismo y colaboren en el desarrollo de procesos de comunicación intra
e intercultural en el mundo contemporáneo.
Iniciamos una exploración consciente de este principio el 2004, a propósito de lo que podemos denominar dialéctica “mo-delos - antimodelos” de persona. Los resultados preliminares de ese análisis se encuentran en Berho y Samaniego (2005a),
BERHO, M. (2003b), “Personas sin hogar en
BERHO, M. (2006), “Identidad marginal entre
Temuco. Enfoque antropológico aplicado”. En
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BERHO, M. (2005), “Antropología de la mar-
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BERHO, M. Y SAMANIEGO, M. (2005a), “El re-
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Global Equity Research UBS Investment Research 12-month rating Jean Coutu Group Inc. Unchanged 12m price target C$10.00/US$9.43 Prior: C$10.50/US$9.91 C$8.39/US$7.92 EPS was $0.18, in line with expectations; last year was $0.16 Q1 was characterized by weaker than expected sales and better than expected 7 July 2010 margins. Same store sales growth
Comunidades Europeias – Fornecimentos – Concurso público P-Angra do Heroísmo: Contraceptivos 2008/S 16-020261 ANÚNCIO DE CONCURSO Fornecimentos SECÇÃO I: ENTIDADE ADJUDICANTE I.1) DESIGNAÇÃO, ENDEREÇOS E PONTOS DE CONTACTO: Saudaçor - Sociedade Gestora de Recursos e Equipamentos da Saúde dos Açores, S.A., Solar dos Remédios, Angra do Heroísmo, Contacto: Saudaçor,